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La ceguera de los economistas
Por: César Rodríguez Garavito (Se retiró en 2019) | Enero 26, 2009
¿Cuántos economistas vieron venir esta recesión global, la más profunda de nuestras vidas? Prácticamente ninguno.
¿Cuántos analistas económicos están ofreciendo soluciones certeras a ella? Por primera vez, el gremio de locuaces y confiados adivinadores del mercado arriesga pocas opiniones, pocas predicciones. Y algunos de sus miembros más destacados y francos se atreven a decir sin tapujos que no tienen ni idea.
La crisis de la economía puede ser, entonces, la crisis de la Economía. Por eso, como lo dice un artículo reciente del Herald Tribune, el desafío para los economistas no es sólo cómo reparar el mercado, sino cómo reparar su profesión. En eso están los académicos en las universidades que han dominado la disciplina en las últimas décadas (Chicago, Harvard, MIT, etc.). “Todos los economistas que conozco, especialmente en los campos de las finanzas y la macroeconomía, están volviendo a sus escritorios” a repensar el asunto, confiesa David Laibson, profesor de Harvard.
No es para menos. Porque cuando una comunidad de expertos del comportamiento del mercado es incapaz de anticiparse a la crisis global más grande en ocho décadas, algo debe de andar mal. Especialmente cuando llevaba veinte años marginando a las corrientes disidentes que advertían, desde la misma Economía y otras disciplinas, sobre la inestabilidad del ciclo económico.
Imagínense: es como si la mayoría de politólogos hubieran sostenido una teoría sobre la estabilidad intrínseca de la democracia y no hubieran advertido (como sí lo hicieron) el riesgo del rebrote autoritario en África o América Latina. O como si a los sociólogos se les hubieran escapado la inestabilidad provocada por la explosión de las migraciones alrededor del mundo. Y eso que ni politólogos ni sociólogos se precian —como sí lo hacen muchos economistas— de ser capaces de predecir el futuro.
Pero el problema no tiene que ver sólo con la crisis actual. Porque este punto ciego es apenas un síntoma de una ceguera más profunda de la profesión. Como lo dijo Jeremy Stein (también profesor de Economía en Harvard) al hablar de su gremio: “Tenemos un lenguaje y unas herramientas muy restrictivas, y tendemos a dedicarnos a problemas que pueden ser fácilmente tratados con esas herramientas… Eso significa que, algunas veces, nos concentramos en problemas tontos e ignoramos los principales”.
Es el problema de una ciencia dominada por una visión que prefiere la pureza matemática de los modelos a la capacidad de comprender el mundo. “Si la realidad no cuadra con los modelos, tanto peor para la realidad”, respondió alguna vez un amigo economista ante una pregunta en un foro.
Así que los mismos instrumentos que le han permitido a la Economía hacer aportes fundamentales al conocimiento por ejemplo, recordarnos que buena parte de la acción humana (pero no toda) es racional, o insistir en el rigor de los datos se han convertido en tapaojos.
Esto no debería ser un inconveniente insalvable para los economistas. Al fin y al cabo, entre ellos se encuentran algunas de las mentes más brillantes, en Colombia y en otras partes. Y existen varias corrientes los keynesianos, los regulacionistas o los herederos de Minsky, para nombrar sólo algunos que siempre han advertido sobre la inestabilidad de los mercados financieros. Incluso entre los defensores del canon, hay economistas excepcionales que reconocen los límites de su disciplina y conversan con los que practican otras.
El lío es que, después de veinte años de estar en el poder académico y político, parece que la soberbia del que cree estar siempre en lo correcto se ha convertido en un tic profesional del economista promedio. Pero para eso sirven las crisis. Bienvenidos al diálogo, colegas economistas.