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La denuncia de Héctor Abad

Más allá de la riqueza literaria que pueda tener el libro El olvido que seremos, el autor destaca el valor de denuncia que posee

»…nosotros los de entonces
ya no somos los mismos…»
Pablo Neruda, Poema 20

Héctor Abad Faciolince ha hecho uno de los más impresionantes retratos de la vida de un hombre y padre ejemplar: Héctor Abad Gómez. Y con él, nos ha recordado parte de nuestra oscura historia local no oficial, que solo un narrador de su trayectoria puede hacer con equilibrio y maestría.

El olvido que seremos tiene seguramente un gran valor literario como novela histórica. La crítica especializada ha emitido ya sus primeros juicios, y el libro está llamado a convertirse en un best seller. Mi ignorancia como crítico literario ?atrevida, como toda ignorancia? me permite apenas manifestar un sentimiento ambiguo frente a la narración. En ese sentido, me parece que lo mejor del libro es la ausencia de ese carácter dulzón que Pamuk encuentra en el realismo mágico de parte de nuestra literatura, si bien no ha faltado el humor a pesar de que desde la primera línea, un lector de mi especie ?que conoció algo de lo que hizo Héctor el valiente? sabe que se trata de la historia de la muerte anunciada de ?un señor? que vivió con ?un ninho y diez mujeres?. Difícilmente se puede encontrar, por cierto, la altura lograda para narrar con desenfado tanta intimidad familiar, cuyo momento culminante se encuentra en la historia tejida alrededor de El mercader de Venecia.

Lo menos bueno, me parece, es que la narración; por momentos, pierde fuerza. Y esos poquísimos momentos a mí me coincidieron con la repetición de una que otra ?frase célebre? de alguno de los protagonistas, salvo la de ?hijueputas?, que en el contexto sí había que decirla esas y muchas más veces. El otro gran problema del libro es que no se puede leer de una sola sentada porque, con la historia de la muerte de Marta Cecilia ?el ángel que, supongo, le mereció a Héctor el cobarde la portada?, por alguna extranha razón uno no puede seguir leyendo letras tan borrosas, de modo que hay que hacer pausa, darse una vuelta por ahí y retornar con mejores ánimos a continuar la lectura… solo para empeorar.

La valía del libro, sin embargo, la encuentro en otro escenario: la denuncia. En veces con humor ?como ocurre con la mayoría de los pasajes con tinte religioso que tanto abundan en el libro?, en veces con dolor ?como la sindicación directa que se hace a directivos de la Universidad de Antioquia por la persecución frecuente de que fue objeto Héctor Abad como catedrático? y en veces con la rabia hecha madrazos o aquella contenida frente a lo impublicable que merecía Su Eminencia López Trujillo; en todo caso, digo, la narración destila denuncia: a la Iglesia católica, al establecimiento, a los ?amigos? y a los paramilitares.

La denuncia de la injusticia fue el delito cometido por Héctor Abad Gómez y que lo llevó a la muerte a manos de los paramilitares en una época que bien vale la pena recordar en este anho 2007 en el que se esperan las primeras investigaciones y decisiones judiciales en contra del ala militar de los paramilitares. La causa de los derechos humanos ?el verdadero leitmotiv de Héctor el valiente, no solo en sus anhos de pensionado sino, bien mirado, desde sus primeras luchas por derechos sociales como la salud? tiene en la denuncia una de sus armas más letales, y la forma más salvaje de silenciar a un convencido de las bondades de los derechos de libertad, como la expresión ?una de cuyas manifestaciones es la denuncia?, es matándolo.

Héctor fue una víctima ?Héctor es también una víctima? que ejemplifica trágicamente lo que muchos colombianos padecieron y padecen por mor de esa orgía de sangre e intolerancia que caracteriza nuestro pasado reciente. Las reinvindicaciones de las víctimas porque se sepa lo que pasó en realidad ?derecho a la verdad? han estado acompanhadas de tiempo atrás con denuncias de todo tipo; unas más lúcidas que otras, pero no por ello menos importantes. En este sentido, el libro hace parte de esa zaga de escritos hechos por colombianos, por distintas motivaciones, pero con un propósito común no convenido: hacer memoria de lo que hemos sido en los últimos anhos.

Héctor no tenía otra opción que escribir lo que sentía y con ello exorcizar sus propias angustias, miedos y rabias.
De lo que no fue consciente al terminar su relato es de que, por esos manes del oficio de escribir denuncias y publicarlas, el cobarde ha terminado pareciéndose al valiente.

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