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La desesperanza colectiva de los venezolanos que llegan por Cúcuta

Como respuesta a las elecciones presidenciales, se escucha una frase repetitiva entre quienes cruzan el puente Simón Bolívar para refugiarse en algún país de Suramérica: “Solo dios salvará a Venezuela”.

Foto: Juan Arredondo

Júnior Reverol, de 35 años, lleva tres días durmiendo al borde de la carretera que lo ha de conducir de Cúcuta a Cali. Las cobijas y las colchonetas que carga no alcanzan para cubrir a su esposa Joselyn, sus tres hijos de 10, 12 y 14 años; su cuñada Karina, con 8 meses y medio de embarazo; sus cuatro primos y un par de amigos. Ya durmieron dos veces en estaciones de gasolina, junto a camiones, grasa y ese olor intenso a combustible que marea. Ahora están en el páramo de Berlín, uno de los puntos más altos de la cordillera de los Andes, en Santander. El final del día los agarró intentando pedir un aventón hacia Bucaramanga, que no consiguieron. El frío insoportable los puso a toser a todos y la niebla les emparamó la ropa. “Estamos al borde de la hipotermia, uno de nosotros está desmayado”, le dice Jocelyn a su hermana a través de una nota de voz de WhatsApp. Ninguno de ellos había visto o caminado sobre una montaña tan alta. Menos, dormido a la intemperie rodeado de neblina.

Son catorce en total, amas de casa, albañiles, mecánicos, rebuscadores y niños que vienen desde Caracas huyendo del hambre y en enero cruzaron la frontera hacia Colombia por Cúcuta. “Cúcuta es un estancadero, coño, y no hay trabajo para nadie, por mucho que lo busques, y cada día llegan más y más familias, y ahora con las elecciones, todo va pa peor”, dice Jhonatan, uno de los catorce.

Para Jhonatan, Júnior o Joselyn la elección presidencial de Venezuela de este fin de semana es simplemente un sinónimo de que verán a más de ellos en las carreteras, terminales, plazas principales, mercados informales, hospedajes de 5.000 pesos la noche y barrios marginales de Colombia. De resto, esta familia no se siente parte de ningún sistema democrático, para ellos su voto no es representativo, no vale nada.

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Los catorce durmieron en albergues en Cúcuta hasta que les dijeron que tenían que salir para darles el cupo en el suelo a otros. Pasaron un par de días en la calle y luego se lanzaron a caminar.

•“Si todo el mundo se va de Venezuela, ¿quién va a votar contra Maduro?”, les preguntó Olga, una nortesantandereana que vive de su tienda de carretera en el sector de El Oriente, mientras les servía pan y ponymalta.

“Mami, a Venezuela solo la salva un milagro –dice Karina–. Esa dictadura ha comprado con comida todas las elecciones. Nada va a cambiar. Que la gente vote no importa. Eso ya está arreglado”.

•“Es que el gobierno ha sabido cómo jugar con las necesidades del pueblo venezolano, es indignante, hemos caído a lo más bajo, Maduro ha amarrado los votos al hambre de la gente, es mucha la necesidad, nos tienen marcados con el Carné de la Patria y así se aseguran de que votes por él, esa corrupción es infinita”, dice Luisa*, una guardia nacional que decidió dejar el país a pesar de recibir todos los beneficios del Estado bolivariano. “Muchos en la Guardia se mantienen ahí por la necesidad de llevarles de comer a sus niños, eso lo sabe todo el mundo”.

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Los ánimos de los venezolanos que cruzan la frontera son derrotistas. La fotografía de Nicolás Maduro repetida diez veces en el tarjetón de candidatos del Consejo Nacional Electoral venezolano y una reelección que parece inevitable, marcan un punto de “no retorno” para muchos. En 2013, las últimas elecciones presidenciales dejaron atrás la era Hugo Chávez y le dieron la bienvenida al liderazgo de Nicolás Maduro con una Venezuela que ya comenzaba a experimentar la escasez de alimentos. Esa escasez, agudizada por la profunda crisis económica y la caída de los precios del petróleo, ahora permea no solo las neveras, sino todas las esferas de la vida cotidiana y obliga a la gente a separarse de sus familias y dejarlo todo y a migrar hacia Suramérica y Europa principalmente. El fracaso de las protestas masivas del año pasado, que dejaron un saldo de 157 muertos y la disolución del liderazgo de los partidos de oposición, fue otro golpe contra la esperanza de quienes reclaman un cambio.

“Un par de zapatos para mis niños me valen 9 millones de bolívares, mi sueldo de un mes es de un millón quinientos. Venezuela es un país acorralado. La gente no aguanta más la subida de los precios, nada va a cambiar con las votaciones, esta imagen de las chamas vendiendo el cabello en la frontera para pagarse un pasaje es solo una muestra de la desesperación que sentimos. Cuatro años más de Maduro la gente no va a aguantar, que dios no ayude”, dice Diana Castañeda, quien viene del estado de Carabobo y duerme en la terminal de Pamplona, en Norte de Santander, esperando reunir plata para un bus que la lleve a Bogotá y después a Lima, donde la espera su hermana.

Diez periodistas venezolanos que llegaron la semana pasada a Cúcuta para participar de un taller de derechos humanos, confirman que en Caracas cada vez son más frecuentes los cortes de agua, la falta de medicinas, la gente comiendo de las canecas de basura, la carne impagable, la ausencia de efectivo, el metro abandonado, la ciudad fantasma después de las 6 de la tarde y los sueldos simbólicos que aunque suenen a millones no alcanzan para nada. Antes de regresar a Venezuela para cubrir los comicios, solo uno de ellos dijo que votará el próximo domingo, todos aseguran que tendrán que titular la noticia con la reelección.


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A las cifras del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP), que ha calculado que en Colombia permanecen por lo menos 660.000 venezolanos, de los 1,6 millones que han salido en los últimos tres años, se suman las proyecciones de las organizaciones de derechos humanos venezolanas, como Provea, quienes prevén que el resultado de las elecciones multiplique el número de migrantes y refugiados que cruzará hacia Suramérica, utilizando a Colombia como principal punto de tránsito.

El cierre de la frontera previsto para la jornada electoral del próximo fin de semana ha convertido el cruce hacia Cúcuta en una procesión interminable de venezolanos de todas las clases sociales, desesperados por llegar a un destino. Cualquier destino. Bucaramanga, Cali, Medellín, Bogotá, Quito, Rumichaca, Santiago de Chile, Buenos Aires. Para la mayoría, todas las ciudades representan lo mismo, no importa si el clima se parece al de Caracas, Valencia o Barquisimeto, o si las ciudades están rodeadas por montañas o tienen de lado un río, o el mar. Mudarse a cualquiera de estos sitios suena a lo mismo cuando lo que se necesita es conseguir urgentemente una oportunidad de trabajo que les permita no acostarse una noche más sin comer, y luego, reunir lo suficiente para enviar dinero a Venezuela.

• Karina, ¿le vas a contar a tu bebé que estuvo a punto de nacer en una carretera en Colombia?

• Se lo voy a contar todo, que hice todo esto por él y por sus hermanas. Dios nos puso esta prueba, él me da la fuerza para caminar y nos ha puesto a todos los que nos han ayudado en la carretera con comida, dándonos cola. Dios será el único que sabe por qué los venezolanos estamos pasando por esto. Y el único que nos va a sacar. Pero hay que seguir pa’lante. Yo llego a Cali, recojo una plata y me regreso a Caracas por mis niños, mi meta es traerlos, porque en Venezuela no aguantan más.

 

*El nombre fue cambiado para proteger a la fuente

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