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La Francia centrista
Por: Mauricio García Villegas | abril 17, 2007
En ningún país del mundo la distinción política entre izquierda y derecha tiene tanta importancia como en Francia. Mientras en otras latitudes esas referencias espaciales adquieren matices vacilantes, cuando no peyorativos, en Francia dan cuenta de una adhesión profunda a dos modelos de sociedad. El ex ministro Charles Pascua explicaba así la diferencia: ella consiste en que, cuando yo capturo a un delincuente, me digo a mí mismo: «Qué bueno, tenemos un malhechor menos en la sociedad». Alguien de izquierda, en cambio, debe decirse: «Hay un desafortunado más en la prisión». Pascua -personaje de derecha oscuro y socarrón- lo decía más con un tono irónico que explicativo; sin embargo, le apuntaba a algo cierto: la izquierda quiere una sociedad solidaria y participativa, mientras que la derecha prefiere una sociedad libre y ordenada. Adherir a una de estas dos maneras de ver el mundo social ha sido, para los franceses, una parte esencial de su identidad.
Una muestra de la importancia que tiene esta separación es el poco uso que la izquierda francesa hace de la expresión neoliberalismo. Lo de ‘neo’ les parece una distinción eufemística e innecesaria. Para ellos, la palabra liberal -en el sentido económico de ese término- basta para describir y condenar algo que no ha cambiado: la derecha.
Las elecciones que se llevarán a cabo el próximo domingo para elegir presidente han puesto en entredicho toda esta tradición política bipolar.
La primera muestra de ello es el ascenso del centrismo, o lo que algunos llaman el ‘ni-nismo’, es decir, la posición que reclama no pertenecer «ni a la izquierda ni a la derecha». François Bayrou es el candidato que defiende esta postura y las últimas encuestas le dan un porcentaje de favorabilidad del 22 por ciento, muy cerca del 25 por ciento que obtiene la candidata socialista Ségolène Royal. Todo indica que si Bayrou pasa a la segunda vuelta y se enfrenta a Nicolas Sarkozy -candidato de la derecha y quien encabeza las encuestas- ganará las elecciones.
Otra muestra del debilitamiento de la separación izquierda/derecha es el número de indecisos. Ocho días antes de la elección, uno de cada dos franceses decía no saber por quién votar. Que esto suceda en Francia, un país en donde la indecisión política siempre fue vista como una falta de carácter, es algo extraordinario.
El recuerdo de las elecciones pasadas también cuenta. En esa ocasión (abril del 2002), el país vivió un momento amargo. En la primera vuelta, el candidato socialista, Lionel Jospin, perdió el segundo puesto frente al candidato de extrema derecha Jean-Marie Le Pen. En segunda vuelta se enfrentaron entonces dos candidatos de derecha: Chirac y Le Pen. Ante la eventualidad de tener en Francia un presidente neofascista, toda la sociedad se movilizó contra Le Pen y fue así como Chirac obtuvo el 82 por ciento de los votos, una cifra que envidiaría cualquier dictador africano en su mejor momento. La izquierda no supera todavía ese momento, en el cual tuvo que votar por la derecha para salvar al país de la barbarie.
Por último, está el desplazamiento del Partido Socialista hacia el centro. Eso tiene un precio: bendecir el funcionamiento del sistema capitalista tal cual existe hoy en día en su versión neoliberal y globalizada, es decir, en su versión de derecha. El discurso de izquierda, enquistado así en un contexto económico de derecha, tiene grandes dificultades para convencer a sus electores.
El domingo próximo sabremos qué tanto queda de ese sistema político en el que dos concepciones opuestas de la sociedad se enfrentan. Quizás los resultados nos muestren que eso también se está acabando.