|
La medida de las cosas
Por: Mauricio García Villegas | noviembre 21, 2008
SON MUCHAS LAS COSAS QUE HAY que medir en una sociedad: los impuestos, las vacaciones, las penas de prisión, el período presidencial, las tasas de interés, la mayoría de edad, el gasto militar, el salario mínimo, la vivienda de interés social y muchas más.
Una sociedad es más estable cuando existe un consenso sobre esas medidas. Eso no siempre es fácil. Con frecuencia se discute cuál debe ser, en cada caso, la medida adecuada; sin embargo, en casi todas las sociedades se sabe cuándo una de esas medidas es inaceptable. Nadie estaría, por ejemplo, dispuesto a proponer que la mayoría de edad sea a los 12 años o que el período de vacaciones anuales sea de un fin de semana.
Desde que el narcotráfico se convirtió en un protagonista del acontecer nacional, en Colombia hemos ido perdiendo mucho de esos acuerdos básicos. Una de las medidas que han sido pulverizadas por el narcotráfico es la del valor del trabajo. La generación de nuestros abuelos era consciente de que había que trabajar muchos años para poder conseguir una casa propia o para jubilarse. Quizás esos tiempos eran excesivos para la clase media, e inalcanzables para la clase baja, pero casi nadie los ponía en duda. La gente seguía trabajando. Con el narcotráfico, esos años se convirtieron en meses y lo que era imposible ahora está al alcance de todos. Así se acabó la paciencia social y el esfuerzo personal empezó a ser visto como una esclavitud.
En las pirámides se aprecia esa ansiedad colectiva por hacer dinero rápido. Lo más inquietante de ese negocio no es tanto la presencia de dineros ilegales, sino la facilidad con la que miles de personas ven en el significado de la sigla DRFE –Dinero Rápido, Fácil y en Efectivo– una manera aceptable de hacer negocios.
Pero el narcotráfico no sólo le ha impuesto su lógica, sus ritmos y sus medidas a buena parte de la sociedad; también lo ha hecho con el Estado. Eso se nota, por ejemplo, en la manera como el Gobierno mide hoy los castigos y las recompensas sociales. Desde que los narcos se reinventaron en paramilitares las penas dejaron de ser medidas por la gravedad de los delitos, como debe ser, y empezaron a depender de la capacidad de los criminales para chantajear al Estado. Por eso, no es extraño que los autores de las masacres reciban menos castigo que los ladrones o los estafadores.
Esa influencia también se nota en la búsqueda frenética del Gobierno por obtener resultados. Así como la sociedad se volvió impaciente con el trabajo, el Gobierno se volvió impaciente con la Constitución y con la ley. Los ritmos institucionales le parecen demasiado largos y engorrosos para conseguir lo que quiere. Los llamados falsos positivos son una muestra, entre muchas, de esa impaciencia.
Una de las consecuencias de este ambiente social narcotizado, frenético e inescrupuloso en el que vivimos, es el menosprecio colectivo por las medidas de largo plazo. Por eso, cuando la gente tiene que escoger entre un gobernante que hace muchas cosas que a la postre resultan mal y otro que hace pocas cosas que luego resultan bien, escoge al primero. Eso no sería tan grave si el Gobierno se resistiera a ese impulso colectivo y se dedicara a hacer las cosas como debe ser y no como le gusta a la gente; desafortunadamente eso no es lo que pasa.