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La paz y la vida real

Hace unos días estuve en una reunión de líderes indígena y afro que discutían sobre los retos y dificultades de sus comunidades, atravesados todos por el proceso de paz.

Por: Vivian Newman Pontjulio 8, 2016

Sentí mucho respeto y algo de envidia por la claridad con la que expresaban su situación, la tenacidad  de las luchas que llevan liderando por tantísimos años y la paciencia de la que tienen que hacer gala, pues los logros llegan a cuentagotas. Sus posiciones variaban según la región de donde venían, pero era difícil no registrar que cada una de las personas presentes mostraba firme convicción en la necesidad de integrar el proceso de paz a su propio proceso social.

Las preocupaciones de ambos grupos incluían el respeto a la vida y a la integridad de las personas, la importancia de la devolución de los territorios usados para cultivos ilícitos y el cumplimiento de compromisos previos. Además, se centraron en las dificultades que se avecinan y a pesar de las cuales no había asomo de duda sobre la necesidad de implementar la paz.

El primer reto común de indígenas y afros que se mencionó es la convivencia con los desmovilizados que llegarán a campamentos y zonas veredales. Ya la han sufrido y vivido en el pasado. De hecho, en la reunión había un desmovilizado del extinto Movimiento Armado Quintín Lame de guerrillas indígenas que ahora está con el CRIC, quién recordó que ya había sido difícil cuando ellos se desmovilizaron, en 1991. Eran ciento cincuenta y tantos. ¿Cómo será ahora con los miles de combatientes de las Farc que llegan a territorios vecinos donde están indígenas y afros?

La consulta previa, ese derecho fundamental que tienen los pueblos étnicos a decidir sobre su propio desarrollo, es otra de las preocupaciones mutuas.

Un líder afro sabe que el Gobierno no ha podido crear una reglamentación equilibrada aún y sin embargo la consulta, y sobre todo su reglamentación, serán puestas a prueba frente a aquellas medidas de los acuerdos de paz que afecten a su pueblo.

La armonización de la jurisdicción indígena con la jurisdicción especial de paz también preocupa a los líderes. ¿Qué pasa, por ejemplo, si los castigos indígenas son más graves que los previstos en La Habana?

Un último reto se deriva de la creación de una nueva confederación indígena, la CONPI, que se originó en la Marcha Patriótica. Esta estrategia de crear otras organizaciones indígenas y afros, que ya se ha intentado en el pasado con la OPIC y la CRAC, puede debilitar internamente al movimiento indígena para la toma de decisiones futuras.

Ambos grupos saben que su proyecto como movimiento social y étnico puede perder protagonismo ante la transición hacia la paz. Pero también saben que esta transición requiere de su participación y están dispuestos a poner sus manos a la obra porque el beneficio es en el largo plazo. Tienen que incidir en las reglas que se van a fijar ahora en las instituciones del posconflicto para luego impulsar las políticas con las que aspiran a cambiar sus actuales condiciones de vida, sin violencia y bajo el imperio de la ley. ¡Ojalá que en este proceso el Gobierno oiga sus voces y les cumpla!

La reunión concluye con la pregunta obligada sobre las diferencias internas entre afros e indígenas para enfrentar estos retos. Y la respuesta de un líder afro se convierte en una lección para toda Colombia: “Nuestras diferencias son sólo de grado, de grado de esperanza en la paz”.

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