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La primavera de los movimientos sociales
Por: César Rodríguez Garavito (Se retiró en 2019) | Septiembre 3, 2013
Las reacciones al para agrario muestran que los colombianos somos expertos en entender la violencia y sobrevivir en solitario silencio; pero no sabemos muy bien qué hacer, ni qué decir, ante el raro suceso de una movilización colectiva y pacífica.
La sorpresa no es sólo del Gobierno, que subestimó al movimiento campesino e intentó darle el mismo tratamiento clientelista que a los partidos. Son neófitos también muchos medios y analistas. Habituados a comentar las intrigas del Poder, con mayúscula —el predecible drama de la reelección, el último trino de Uribe, el declive de los verdes y el Polo—, olvidan que, en las democracias, la política también la hacen los protestantes, aunque su poder se escriba con minúscula.
Sólo décadas de estar hablando de violencia explican que un puñado de vándalos reciba tanta atención noticiosa como una movilización ciudadana que no se veía hace 36 años. Sólo el dominio secular de la violentología en las ciencias sociales y del análisis electoral en el periodismo y la politología explican que se analicen con menos detalle las protestas que sus repercusiones sobre la reelección y la “gobernabilidad” de Santos.
Es hora de tomar en serio a los movimientos sociales, de estudiar el poder desde abajo, tanto como se ha estudiado desde arriba. Para eso hay que echar mano de las herramientas de la sociología, porque las de la ciencia política dominante se han quedado cortas.
Así se entiende mejor la revuelta de las ruanas. ¿Por qué surgieron las protestas en este momento? Algunos se sorprenden de que los campesinos hayan salido a las carreteras justamente en medio de un gobierno que ha prometido la restitución de tierras y podría negociar el fin del conflicto armado en el campo. Pero los sociólogos saben que estas aperturas institucionales son oportunidades políticas propicias para los movimientos sociales.
Precisamente porque este gobierno es menos insensible a los problemas históricos de los campesinos y porque las Farc no tienen el mismo poder de amedrentar o cooptar de antaño, la movilización es más factible. Y lo sería aún más en un contexto de posconflicto.
¿Por qué se expandió el paro? Porque los protestantes encontraron recursos efectivos para organizarse y propagar su mensaje. Como escribí en este espacio, al igual que en otras primaveras, las redes sociales ofrecen una solución al obstáculo principal para una movilización nacional: la desconexión entre los campesinos y los descontentos urbanos. La llegada del paro a las ciudades, de la mano de los videos filmados por familias boyacenses sobre los desmanes del Esmad, comprueba que las redes sociales amplifican el efecto de estrategias tradicionales como las marchas.
Lo cual nos lleva a la pregunta sobre el futuro de la movilización: ¿qué tan durable y frecuente puede ser? La respuesta depende, en buena parte, del tercer factor que resaltan los estudiosos de los movimientos sociales: la existencia de una causa y un discurso que unifiquen los diferentes descontentos. En otra columna decía que el pegante de los movimientos de indignados en Colombia podría venir de la oposición al manejo de los recursos naturales, a medida que las protestas contra la minería y las causas ambientales conectan a campesinos y jóvenes urbanos. Lo que estamos viendo en el paro agrario apunta en esta dirección y se suma a casos como los de las consultas populares contra la minería en Santurbán y Piedras (Tolima.
Los justos reclamos campesinos, que el Gobierno aún está a tiempo de atender, pueden sacar del olvido al sector agrario. Ojalá hagan lo mismo con los movimientos sociales.