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La resistencia del pueblo negro de la costa pacífica del Cauca
Por: Paloma Cobo, Daniel Ospina Celis | junio 24, 2023
Quedamos de vernos temprano en el embarcadero. Altos postes de madera resaltan sobre la superficie del agua, donde descansan cientos de lanchas destartaladas. El muelle se llena de vida mientras esperamos. Alguien vacía un bidón de gasolina, mientras otro descarga un bulto y los demás esperan. Tienen la mirada fija en el agua, sin apuro aparente. En Guapi, como en otras ciudades de la costa pacífica, se aprende a navegar desde niño. No hay carreteras que conecten las veredas. Para hacer el mercado, las personas de la zona rural deben embarcarse en una lancha o en una canoa angosta que llaman potrillo. Tampoco hay carreteras que conecten el municipio con el resto del país. Para salir es preciso ir en lancha a Buenaventura o en avión hasta Cali. El río da vida y permite el encuentro con los otros.
La gallada de Cococauca, como ellos mismos se llaman, nos recogió finalmente. Entre risas, nos explicaron el retraso; algo sobre un pistón o un torno faltante en uno de los motores de la lancha. Navegamos río arriba más de dos horas. El trayecto suele ser más corto, pero el rebelde motor todavía se negaba a cooperar. Alguien ofrecía cada tanto un viche curao, un destilado de caña que se produce en la región desde hace siglos y que sirve para alegrar el día y las fiestas, para dar la bienvenida a la casa; también para curar los males y acompañar los rezos.
En las orillas se veía una vegetación incansable y abundante, de selva no intervenida. En algún momento, Caíto señaló entre las plantas unos pedazos de madera clavados en el suelo. Eran pilotes de casas, nos dijo, que habían sido abandonados en la época dura de la violencia paramilitar. Antes, todo esto estaba poblado.
Llegamos por fin a un lugar donde se erigía una decena de casas en palafitos. Atracamos frente a la de Berenice, la recién nombrada representante legal del Consejo Comunitario de esa zona y bajamos a saludar. Eso vinimos a hacer: saludar.
Nos lo explicó, después, Orlando Pantoja, el palenquero mayor de la Coordinación de Consejos Comunitarios de la costa pacífica del Cauca – Cococauca. La organización agrupa a ocho consejos comunitarios y nueve organizaciones de base de Guapi, Timbiquí y López de Micay. Estas visitas sirven para recordarles a sus miembros que cuentan con el apoyo de Cococauca y que la lucha por la reafirmación étnica del pueblo negro de la costa pacífica es colectiva. Es lo que llevan haciendo desde que tienen memoria: compartir un almuerzo, charlar, reírse, confirmar que están juntos en esto.
Todo empezó hace cerca de 40 años. En las décadas de los ochenta, algunos jóvenes de Guapi se empezaron a preguntar si por ser negros estaban condenados a la pobreza y a ser víctimas de la violencia. “No entendíamos por qué nuestra vida era así. No entendíamos si nuestra condición social y económica era algo natural. Queríamos entender”. Así, cuenta Dionisio, empezó la rebeldía.
Querían estudiar en la universidad, pero la mayoría no pudieron. Habían nacido en Guapi, esa ciudad fundada por esclavos que habían trabajado en los reales de minas, donde no había universidades. Sus familias, muchas de ellas campesinas, no tenían cómo enviarlos a otra parte. Eran negros en un país racista. El que sí pudo, contra todo pronóstico, fue Orlando. Su hazaña fue un referente para los jóvenes de Guapi, que se empezaron a juntar para promover la vida digna en la región. Crearon una primera asociación de jóvenes por el agro. Mientras tanto, desde la sede de la Universidad Nacional en Palmira, Orlando escribía largas cartas “tirando línea”. También recogía textos que llevaba en las vacaciones o enviaba por correo. Antes de nacer, Cococauca ya era una escuela política.
Fue en 1991, cuando en el país se hablaba de la nueva Constitución, que apareció la misión de lo que después sería Cococauca. Los mismos jóvenes que se habían empezado a reunir algunos años antes fueron los encargados de movilizar a la población de la costa pacífica del Cauca e influir para que se incluyeran las demandas de la población negra en la Constitución. Gracias al trabajo en red con otras organizaciones lograron lo impensable: incluir en la Constitución un artículo que obligara al Congreso a expedir una ley para reconocer a las comunidades negras de la Cuenca del Pacífico. Dos años después, el Congreso expidió la Ley 70 de 1993.
La ley permite a las comunidades negras titular las tierras que habitan como propiedad colectiva, para lo cual deben crear su propio Consejo Comunitario (un órgano que dirija y administre los asuntos de cada comunidad). Cococauca nació como respuesta directa a la Ley 70; se pensó como una organización dedicada a acompañar la titulación colectiva y la creación de consejos comunitarios en los municipios de la costa pacífica del Cauca: Guapi, Timbiquí y López de Micay. Después vendría el acompañamiento a la creación de sus planes de etnodesarrollo.
Para eso, tuvieron que enseñar de política y leyes. Pero aprender nunca fue tan importante como recordar. En sus ancestros esclavizados estaba ya la valentía y la lucha por la libertad y la autonomía, en la cultura negra latinoamericana estaban las formas de organización propias (como los consejos, los convites y la propiedad comunitaria). Las canciones, los rezos y los poemas hablaban de cómo vivir bien con otros y con la tierra. Al terminar el almuerzo —pargo y plátano fritos en aceite hirviendo sobre la leña, arroz con coco— Berenice contó que tenía algunas dificultades en el Consejo Comunitario. Orlando rememoró la historia de Tío Tigre y Tío Conejo, un cuento infantil de la tradición afropacífica. Allí se hablaba ya, nos dijo, de la esclavitud, de los falsos aliados, de aquellos que ponen en riesgo la libertad del pueblo negro. La respuesta al problema de Berenice estaba en el cuento que le contaba su abuela de niña.
Hoy en día, Cococauca es una organización que a través de la formación, las comunicaciones y el diálogo incide en la reivindicación de la identidad negra y en la defensa de los derechos étnicos y territoriales de la población afrocaucana. Ese objetivo toma muchas formas: procesos de formación, denuncias en redes sociales, encuentros de sabios. La gallada, ahora, tiene a los maestros del proceso Constituyente, como Dionisio y Orlando, y a los jóvenes entusiastas y comprometidos que decidieron quedarse y trabajar por Guapi, como Felipe, Silvio, Caíto y Freddy.
En las calles y en los ríos los conocen y los saludan. Dan ganas de quedarse con ellos, de hacer parte de esa pandilla cómplice y alegre que está siempre a punto de armar una fiesta. Eso, que parece poco, esconde quizás la clave de uno de sus grandes logros: evitar que jóvenes de la región ingresen a las filas de los actores armados. Desde que nació, Cococauca se ha propuesto mostrar que en el Pacífico caucano hay otra opción: la resistencia pacífica. Ese camino exigente requiere de toda la valentía, la sabiduría y la dignidad altiva que tuvieron sus ancestros y que tienen, ahora, cada uno de los miembros de la Coordinación Regional.
Investigadores de Dejusticia
Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.