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La supervivencia del pasado

Lo que creo es que la herencia cultural —no obstante la globalización— es algo más importante de lo que los economistas y otros, suelen creer. El pasado sobrevive en nuestro presente.

Por: Mauricio García Villegasmayo 23, 2009

HACE UN PAR DE SEMANAS ESCRIBÍ una columna en la que decía que a la burguesía colombiana le encantaba tener sirvientes —mayordomos, empleadas domésticas, etc.— y que eso no se debía a que fuera perezosa, sino a que le gustaba mandar.

Así como en otros países la burguesía se siente poderosa porque es rica, la nuestra se siente rica porque es poderosa, es decir, porque tiene a su lado gente que le obedece. Decía también que ese rasgo cultural nos viene de la España del siglo XVI y que los extranjeros que vienen al país, si bien se sorprenden al notar ese rasgo nobiliario de nuestra alta sociedad, se adaptan.

Santiago Montenegro, en su columna de esta semana, se lamenta de que yo, en ese escrito, trate mal a los extranjeros de Colombia. Otros me critican el hecho de que generalice y me dan ejemplos de gente que no se comporta como yo digo.

Podría limitarme a decir, en primer lugar, que mi columna no era sobre los extranjeros y que, además, si bien, en la práctica, hay muchos casos de colombianos y de extranjeros que no se comportan como yo digo, eso no invalida mi argumento general; sólo da cuenta de excepciones.

Sin embargo, creo que en esas críticas hay algo más de fondo que merece una explicación y es esto: ¿es posible hablar de rasgos culturales de los pueblos sin caer en generalizaciones anodinas?

Empiezo por decir que en América Latina este debate empezó en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se discutía sobre el modelo de sociedad que debían adoptar las nuevas naciones recién liberadas del yugo español. Algunos, como Domingo Sarmiento en Argentina, pensaban que la solución estaba en europeizar a América Latina, lo cual implicaba diluir la sangre indígena en un torrente de sangre inmigrante europea. Otros, en cambio, como Enrique Rodó, pensaban que lo que había que hacer era defender el alma latinoamericana, contra la invasión europea y sobre todo gringa.

El debate actual es distinto. De lo que se habla ahora es de identidades culturales, regionales, raciales y hasta corporativas. Pero como hay mucha labia y poca sustancia en la mayoría de lo que hoy se dice sobre la identidad cultural, muchos adoptan una posición que consiste en negar que ella exista, lo cual es igualmente insatisfactorio.

No voy a tomar partido en estos debates. Lo que creo es que la herencia cultural —no obstante la globalización— es algo más importante de lo que los economistas y otros, suelen creer. El pasado sobrevive en nuestro presente. Ya lo decía Octavio Paz: “Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía”. Es cierto que instituciones coloniales como la Inquisición, el Mayorazgo y la Encomienda dejaron de existir hace muchos años. Pero algo de ellas todavía subsiste en la propiedad agraria, en la forma de gobernar, en la ausencia de una clase media y sobre todo en la manera como las clases dominantes se relacionan con los más pobres de la sociedad. Ya no tenemos nobles, pero nuestros ricos, acostumbrados a disponer de pobres que les sirven de manera casi incondicional, reproducen muchas de las mañas nobiliarias que ellos mismos quisieron destronar hace doscientos años.

El subdesarrollo no es simplemente “un estado de la mente”, como decía Lawrence Harrison, pero sí tiene mucho de eso.

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