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Las negativas de Hector Abad contra las acciones afirmativas
Por: Rodrigo Uprimny Yepes | Abril 5, 2011
En una de sus últimas columnas (“ negroides, blancuzcos y aindiados ”), Héctor Abad reitera sus críticas a la acción afirmativa, al menos a aquella que se funda en otorgar ciertos beneficios con base en la raza o condición étnica de las personas favorecidas por estas medidas.
Comparto con Abad su ideal de llegar a un mundo en donde las personas no sean discriminadas por el color de su piel. Comparto también su elogio del mestizaje y su tesis de que la idea misma de raza no tiene sustento biológico ni cultural.
Pero sus reparos a la acción afirmativa no son acertados, aunque estén formulados con la destreza literaria que caracteriza a Abad, quien es un escritor que respeto y aprecio. Y creo que vale la pena seguir la discusión sobre estas medidas por su importancia en un país tan desigual y discriminatorio como Colombia. Por eso intentaré refutar sus objeciones y me disculpo de retomar argumentos de la discusión que adelanté en mi anterior entrada en este blog, pero que le vamos a hacer: el tema sigue siendo esencialmente el mismo.
Comienzo por la objeción menos afortunada de Abad, que es sus tesis de que la defensa de la acción afirmativa es una idea artificial en Colombia, derivada de copias de teóricos gringos o de turismos sudafricanos de algunos académicos, pero que no se aplica en un país con mestizaje como Colombia.
Abad tiene razón en señalar que en las colonias españolas hubo más mestizaje que en Estados Unidos o Sudáfrica. Pero creo que no podemos caer en el mito de una Colombia mestiza, en donde no habría discriminación racial. Los datos sobre la persistencia de la discriminación racial, acumulados por distintos estudios, como aquellos realizados por el Observatorio de Discriminación Racial, son demasiado contundentes para volver sobre ellos.
El propio Abad reconoce que en Colombia subsiste una fuerte discriminación racial. Por consiguiente, si persiste socialmente la discriminación racial, a pesar de que ésta fue jurídicamente eliminada hace rato, entonces la acción afirmativa es plenamente relevante en Colombia, como lo ha sido en otros países latinoamericanos como Brasil.
La justificación esencial de estas medidas es que la discriminación, cuando ha sido larga, genera desventajas acumuladas y prejuicios muy intensos. Y por ello, si no hay medidas específicas para remover esos prejuicios y compensar esas desventajas, entonces tomará muchas décadas superar la discriminación. En cambio, el acceso a las universidades o a cargos de responsabilidad, gracias a la acción afirmativa, de afros o indígenas tiene un efecto multiplicador que va más allá de los beneficiados, pues éstos pueden a su vez impactar positivamente a sus familias y comunidades, y la sociedad se acostumbra a que personas de esos grupos pueden competentemente ocupar cargos importantes o desarrollar exitosamente estudios universitarios.
El reclamo de formas de acción afirmativa no es entonces una gringada de parte nuestra o el resultado de turismos académicos sino que es una exigencia académica y política para que haya un esfuerzo social y estatal deliberado por superar lo más rápidamente posible el terrible legado de la discriminación racial y sexual en Colombia.
La segunda objeción es más seria y relevante. Con una anécdota personal, Abad en el fondo recoge la tesis de que la acción afirmativa es negativa incluso para quienes se benefician de ella, pues genera la idea de que un afro o indígena (o una mujer en el caso de las acciones afirmativas basada en género) no pueden llegar a la universidad o a un buen cargo por mérito propio sino ayudados.
Es cierto que en ocasiones una acción afirmativa, en especial si está mal diseñada, puede reforzar estereotipos y estigmas. Y es cierto que, a pesar de la persistencia de la discriminación, varias mujeres, o varios afros o indígenas han logrado, sin medidas de acción afirmativa, acceder a universidades prestigiosas o a cargos importantes, y pueden sentir que la existencia de tales medidas desmerita sus logros.
Sin embargo, la experiencia comparada muestra que esos casos son excepcionales y aislados y su número aumenta muy lentamente, por lo que tomaría décadas superar la discriminación social que persiste sin recurrir a acciones afirmativas. Además, estas medidas buscan corregir la desigualdad de partida pero luego corresponde a sus beneficiarios mostrar que pueden ser buenos estudiantes o funcionarios. Y lo cierto es que en muchos casos, esas personas llegan a ser estudiantes o profesionales muy competentes, incluso más exitosos que aquellos que provienen de sectores privilegiados, como lo han mostrado varios estudios, como por ejemplo aquellos realizados sobre el impacto de la acción afirmativa en algunas universidades brasileras. ¿Por qué entonces la acción afirmativa va a reforzar estigmas si precisamente muestra a la sociedad que las personas de esos grupos anteriormente discriminados pueden ser estudiantes y profesionales muy competentes?
La tercera crítica de Abad es poco clara pero entiendo que la idea esencial es que la acción afirmativa, en especial la fundada en criterios raciales, se presta a abusos, pues requiere una especie de certificado racial para poder operar, lo cual permite que ciertas camarillas abusen clientelistamente del privilegio de otorgar tales certificados.
Abad tiene aquí un punto importante y es el problema de cómo determinar quiénes son los beneficiarios de estas políticas, en especial de aquellas fundadas en identidades étnicas. Y es posible que en esas definiciones haya habido errores y abusos en ciertos casos, pero con ese argumento habría que desestimar casi cualquier política pública, pues en casi todas ellas pueden cometerse errores o abusos. La objeción de Abad tendría sentido si no fuera posible evitar esos errores o abusos; pero no es así, pues existen muchas experiencias de acciones afirmativas étnicas muy exitosas a las que difícilmente pueden imputárseles esos abusos. Cito un solo ejemplo: el programa especial de la Universidad Nacional para la admisión de bachilleres de comunidades indígenas que funciona desde 1986 y frente al cual nunca he oído denuncias sobre los tipos de abusos que mencionad Abad.
Las objeciones de Abad no son entonces convincentes, si se las interpreta como un ataque frontal contra la acción afirmativa, pues los peligros que menciona no son fatalidades sino riesgos evitables de ese tipo de medidas; y en todo caso Abad, que tengo claro que no tiene nada de racista, no nos explica cómo se podrían superar los efectos persistentes de la discriminación (en términos de prejuicios y desventajas acumuladas), que hacen que las desigualdades sociales que ésta ocasionó se prolonguen por muchas décadas después de que ha sido anulada la discriminación jurídica. Su tesis de que la salida es el amor mestizo, que vence todos los prejuicios raciales, es una buena salida poética pero una solución política ingenua y limitada.