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Lecciones de Saramago

Danilo Rojas analiza el ‘Ensayo sobre la Lucidez’ de Saramago, que describe la incapacidad de los gobernantes de mirarse críticamente y su torpeza de creer que la población siempre estará seducida por sus discursos empalagados de santidad o patriotismo.

La antena que trae
las noticias de la guerra,
está llena de pájaros
Gustavo Adolfo Garcés

Hay mucho que aprender de escritores como José Saramago, que ha podido vivenciar y decir con capacidad crítica lo que muchos científicos sociales no podrán jamás decir con audacia literaria.

Existe una línea de poesía y literatura interesada menos en la estética y más en el retrato social. Más allá del estilo panfletario de Vargas Vila, se trata de una suerte de arte comprometido socialmente que pervive a despecho de la literatura ortodoxa. Uno de los escritores contemporáneos más constantes y conscientes de dicha labor es Saramago. Comunista escéptico, cerrajero, mecánico, editor, periodista y ‘escritor tardío’ son sus pergaminos. Su literatura heterodoxa, la cual rompe con los dogmas de la morfología, la sintáctica y la coherencia narrativa, requisitos del ‘buen escribir’, y que hacen de Saramago un escritor inconfundible, fueron sin duda aspectos esenciales en el otorgamiento del premio Nobel en 1998. Pero el encanto de Saramago radica, también sin duda alguna, en esa combinación de exquisitez literaria y descripción del drama humano y social con el que convivimos. Con ese estilo, Saramago parece saldar sus deudas y convicciones con la política y el arte.

La fragilidad y veleidad humanas, y la crítica del poder económico ya asoman en novelas como Todos los nombres -que es la mejor descripción del burócrata weberiano en clave literaria-, Historia del cerco de Lisboa -cuyo protagonista es un corrector de estilo que cambia la historia portuguesa al antojársele cambiar un ‘sí’ por un ‘no’ en el texto sometido a corrección- y La caverna -que bien puede leerse como la versión literaria de la revolución industrial de nuestros tiempos, representada en la necesidad humana de asistir y hasta habitar los centros comerciales, como que día a día se constituyen en los único lugares de encuentro social-.

Pero es Ensayo sobre la lucidez, su más reciente obra, la muestra por antonomasia del talante de Saramago. El argumento central de la novela es la debacle política a la que se ve enfrentado el gobierno cuando la población decide votar masivamente en blanco. Los partidos -de izquierda, de derecha y del medio- no encuentran explicación alguna y se desdibujan en reclamaciones y recriminaciones mutuas ante el suceso. El gobierno inmediatamente ve en ello una conspiración de enemigos de la democracia, con participación internacional incluida, lo que le determina la única ruta posible para resolver tamaña crisis: el estado de excepción.

De nada sirvieron las redadas, las detenciones masivas, las torturas que pretendían hallar a toda costa los culpables de la ‘peste moral’ que llevó a la población a poner al gobierno y los partidos en una situación tan ignominiosa. Pero había que encontrar una culpable y la hallaron para asesinarla y así escarmentar a toda una población. La víctima, protagonista de su novela anterior Ensayo sobre la ceguera, fue entonces la única persona que estuvo a salvo de la ‘peste blanca’ -así se denominó la pandemia que sufrió toda la población cuatro años antes, al quedar totalmente ciega y tener que sobrevivir como si se tratara de un típico Estado hobbesiano-.

Saramago desvela en este par de relatos dos importantes hechos sociales: la faz brutal de la naturaleza humana y la fragilidad de las instituciones. Como apostando por la más ortodoxa de las tesis marxistas, la extrema situación a la que son sometidos los protagonistas de Ensayo sobre la ceguera muestra la degradación sin límites a la que puede verse compelida una población que en su totalidad padece ceguera. Todas las mentiras y medidas de los miembros del gobierno, que a poco igualmente se van encegueciendo, se desvanecen ante la única verdad: la lucha por sobrevivir, lo cual comporta, básicamente, la búsqueda incesante de alimentos cada vez más escasos. El aniquilamiento moral y físico de gran parte de la población por la búsqueda de un mendrugo de pan parece al final menos una novela y más una premonición fatal del futuro de la humanidad. Quizá sea también un llamado a quienes gobiernan, detentan el poder y ostentan tanta soberbia.

Los mismos protagonistas hacen su aparición en el Ensayo sobre la lucidez, sin que los gobernantes aprendan aún la lección. Un llamado a la reflexión y al cambio institucional manifestado en el voto en blanco es interpretado como una conspiración que como tal debe ser aplastada, sin que importen los medios para hacerlo: violación de las garantías ciudadanas, mentiras oficiales, corrupción y asesinato.

La incapacidad de los gobernantes, de los poderosos y los soberbios de mirarse críticamente y su torpeza de creer que la población no es más que una masa informe e ignorante sin ningún tipo de cohesión, que siempre y por siempre obedecerá sus necedades y estará seducida por sus discursos empalagados de santidad o patriotismo, parece constituir la base permanente de denuncia de aquellos escritores que no desligan su oficio con el compromiso social y político.

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