El final de la Comisión de la Verdad, con la entrega del Informe Final y su plataforma digital, pudo sentirse algo abrupto. Pero para eso se creó un legado que desde su origen persiguió que la gente tomara los resultados, los contenidos, e hiciera eco de los mismos. | Camila Acosta Alzate
Lecturas públicas y juntanza: claves para no dejar huérfano al Informe Final de la Comisión de la Verdad
Por: Diego Zambrano Benavides | octubre 28, 2022
Capítulo I: en la Fuga
¿Qué pasaría si nadie nos llevara la contraria? La pregunta aparece en una pequeña tarjeta color agua marina y la lee un habitante de calle. La respuesta le llega de enfrente, de un compañero que está sentado a dos metros: el mundo se volvería un caos, porque siempre se necesita que alguien te confronte cuando estás equivocado. Quien responde toma la tarjeta que tiene en sus manos y lee lo que está escrito en el dorso: ¿Cuál es el antídoto para el odio? El amor, le contesta alguien a su lado. Las 17 personas que están alrededor asienten; descansan ubicadas en un círculo que rodea dos mesas, una con una tela anaranjada con letras blancas estampadas que dicen “hay futuro si hay verdad”, y otra con un muñeco de hilachos acostado junto a una vela roja sobre un mantel blanco. El juego sigue con una nueva pregunta y el hielo se rompe para empezar la lectura ritual.
Los artífices del espacio son Juan González, integrante de Generación V+, y Andrés Rodríguez, mediador de lectura de la Red Distrital de Bibliotecas Públicas (Biblored). Ambos están felices. Esta es la sexta sesión desde que comenzaron, a principios de septiembre de este año, con sus lecturas públicas del Informe Final de la Comisión de la Verdad en la biblioteca de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño (Fuga), en la localidad de La Candelaria, y han logrado llegar a más de 70 personas. Apenas una semana atrás los acompañó un grupo de la población LGBTI que asiste al Centro de Atención Integral a la Diversidad Sexual y de Género, en la localidad de Mártires, y ahora los invitados son los usuarios del hogar de paso Bakatá: ocho habitantes de calle, quienes junto a sus mentores llegaron recorriendo las calles bogotanas en las BiciBog, las bicicletas públicas de la ciudad.
Al salir del hogar de paso, cada uno recibió un trozo de papel, de los que se usan en las máquinas registradoras, y con marcadores escribieron una palabra, una frase o trazaron un dibujo que representa lo que significa la verdad para ellos. Jimmy Quintero, mediador de Biblored, cuenta que la palabra que más se repetía para darle un significado a la verdad fue el amor, a la madre, a los hijos, pero, al fin y al cabo, el amor. Alguno se animó a dibujar una rosa enorme, también hubo quien puso en mayúsculas que la verdad es la PAZ y otros simplemente guardaron para sí mismos aquello que escribieron o dibujaron. Luego pegaron con cintas las tiras de papel a los manubrios de sus bicicletas y partieron a la Fuga con sus verdades ondeando con el viento.
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Cuando llegan a la biblioteca, que reabrió sus puertas al público apenas el pasado 19 de agosto, los esperan también algunas personas que, de forma espontánea, decidieron ser parte de la lectura ritual. Entre ellas está Yolanda Torres, una mujer de 64 años que hace parte del club de lectura “Las canas se toman la palabra”. Ella estuvo en una de las primeras sesiones organizadas por Andrés y Juan y desde entonces se volvió una asistente habitual; incluso, en esta ocasión lleva a su nieto para que haga parte de la actividad.
Tras el juego de las cartas, y luego de un momento de reflexión y de silencio en el que se pide permiso a las mayoras y mayores para iniciar el espacio, en la Fuga comienzan a leerse fragmentos del tomo Cuando los pájaros no cantaban, específicamente, los apartes de Diálogos con la naturaleza y Energías de paz. “Cuando el petróleo se extrae del subsuelo se produce algo negativo, como una enfermedad. Los árboles se debilitan, el río se contamina, y no hay equilibrio”, lee Francisco y la lectura ritual surte su efecto.
Francisco tiene alrededor de 50 años, mide poco más de 1.60, lleva el pelo largo y su piel es trigueña. Va y viene a los hogares de paso. Entra y sale de manera voluntaria y así cambia su rutina, pues en ninguno de estos lugares obligan a los habitantes de calle a permanecer en contra de su deseo. Francisco es curioso, le gusta dar siempre su punto de vista, y es común que acompañe la mayor parte de las actividades que se programan desde los centros de atención a esta población. Francisco se mueve inquieto en su silla, porque en esta ocasión también necesita soltar. Entonces, tras leer su fragmento y escuchar algunos párrafos en boca de sus compañeros, rompe el silencio: yo quiero decir algo.
A Francisco le cuestiona lo que leyó, o como dice él, “me volvió miércoles”. Habla de la extracción petrolera como un demonio, como la ruina para muchos. Del petróleo salta a los tratados de libre comercio y hace un monólogo sobre su inconveniencia. Termina su intervención criticando la falta de unidad y del sentido de pertenencia, asegurando que tanta violencia parte del simple hecho de no sentir orgullo por los colores de la bandera, de que a Colombia la rompen desde afuera porque no ha aprendido a estar unida.
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La lectura ritual continúa con Andrés y Juan pidiendo disposición para escuchar un relato. El sonido sale del altavoz de un portátil y el volumen bajo hace que se tenga que aguzar aún más el oído. “Era una vida muy hermosa. O sea, era un pueblo tranquilo”, se escucha. Es uno de los audios del apartado de Impactos, afrontamientos y resistencias en la plataforma digital de la Comisión de la Verdad. Es la historia de la toma guerrillera al municipio de Chalán, departamento de Sucre, en el que los subversivos usaron un burro cargado de explosivos para atacar a la Policía en 1996.
En el audio se escucha el rebuzno de un burro seguido del testimonio de algunos campesinos que cuentan lo ocurrido el día del atentado. En la biblioteca, uno de los oyentes juega con los trozos de tela con los que más adelante armará, atando nudos, un cuerpo humano. Mientras enreda los hilachos en sus dedos, en el altavoz del portátil una presentadora de noticias de televisión afirma que la Policía culpa de cómplices de la guerrilla a los habitantes de Chalán. Un general asegura que la comunidad no merece la fuerza pública que tiene.
Yolanda queda consternada con lo que escucha. Con profundo dolor, pero también con dulzura reconoce que si bien hay sufrimiento en las ciudades, los campesinos son quienes más padecen la guerra. Francisco defiende a la comunidad de Chalán, dice que el miedo no deja actuar, que la Policía no debe ser tan orgullosa, y entre una y otra idea que va hilvanando llega a la conclusión de que la tierra siempre ha sido “el meollo del asunto”, el detonante del conflicto armado. El resto del público guarda silencio, que también es otra forma de participar, mientras Juan cierra el círculo de la lectura hablando de la instrumentalización del burro, que rompe las dinámicas laborales de un pueblo, y por supuesto es un crudo retrato de la destrucción de la naturaleza en medio de la guerra.
El cierre de la lectura sorprende a todos buscando los trozos de tela que les han dejado en las sillas donde descansan. ¿Qué es el cuerpo? Pues cada una de las personas lo responde anudando los hilachos y formando brazos, piernas, torsos y cabezas en sus propios muñecos. Algunos están cansados y se quedan dormidos durante la actividad, otro reconoce que definitivamente lo suyo no son las manualidades, aunque lo intenta, y Francisco pide música para concentrarse. En lo que duran dos canciones de salsa, El día de mi suerte y Calle luna calle sol, la pregunta se responde cuando van dejando los cuerpos sobre la mesa con el mantel blanco y la vela roja. El cuerpo es lo que cada uno se imagina.
Andrés y Juan se sienten motivados. En cada sesión han encontrado sorpresas, y con el público de habitantes de calle hallaron nuevas formas de comprender el conflicto armado. Andrés lo ve de esta manera: donde gran parte de la academia y los estudiosos tratan de complejizar alrededor de la paz y la guerra, Francisco y sus compañeros sin necesidad “de tanta carreta” lo describen en un lenguaje sencillo, de una forma más directa.
Y es que en la Fuga también hay un muelle, y ahí también arriban otras lecturas del Informe Final con la participación de víctimas y figuras públicas, con intervenciones musicales de artistas como Lucio Feuillet, Diana Tovar o César López, pero lo que buscan Andrés y Juan es algo más cotidiano; tratan de ser intuitivos, enfocarse en el público que tienen para poder adaptarse al contexto; quieren entender el barrio, lo local, para que el mensaje sobre la importancia de la verdad llegue mejor. También se trata de llevar esas lecturas por fuera de las localidades de Teusaquillo y Chapinero, donde el Informe Final quizás es más ampliamente conocido, y, ¿por qué no?, llevar ollas a la calle a localidades como Bosa, Rafael Uribe Uribe o Kennedy para abrir el diálogo en diferentes comunidades.
En el hogar de paso de Bakatá, a Francisco y sus compañeros les dan una boleta por participar en este tipo de actividades, que luego pueden cambiar por ropa o utensilios que necesiten. Y aunque esta podría parecer la razón obvia por la que asistieron a la lectura, Yolanda cree que ellos se llevan mucho más que una firma de asistencia. Mientras los ve salir para tomar sus bicicletas y alcanzar el almuerzo, cuenta que al escucharlos sintió que sus anécdotas y sus palabras mostraban a una Bogotá que ella no conocía y que ellos necesitaban contar. Yolanda también siente que estos espacios son en los que se puede gritar el dolor sin miedo; en la Fuga se puede sentir más cerca a las víctimas y volver a hacer parte de un mismo país que muchas veces permanece fragmentado.
Capítulo II: en la Nacho
No hay ningún cartel que indique que en la Sala de Música de la biblioteca Gabriel García Márquez, en la Universidad Nacional, hay un club de lectura programado a las seis de la tarde. Así que quienes llegan se han enterado por redes sociales o por medio del correo institucional; saben a lo que van y no necesitan que algún pendón en la entrada anuncie el espacio. La sala se llena en tan solo quince minutos. Con morrales al hombro llegan los asistentes y se ubican en los sillones grises. Forman un rectángulo que deja un espacio al fondo para ver proyectada sobre una pared la pantalla de un portátil. Abigail Vasconi, la creadora del club, abre en el computador dos tomos del Informe Final: Cuando los pájaros no cantaban y No matarás.
Surge un comentario perspicaz: ¿alguien notó algún cambio en los archivos PDF de estos capítulos? Silencio. Abigail les hace notar que el volumen testimonial tiene 175 páginas nuevas y el tomo del relato histórico sumó 99 desde la última vez que los abrieron. Hay mucha tela para cortar. El club arranca con la lectura del poema La reina del monte, dedicado a Tania, una adolescente de 16 años, que está al final del Libro de las anticipaciones y termina de una manera contundente:
Escuché caer las bombas
Y luego
ya no hubo un yo
Ni hubo nada.
Hay 26 personas en la sala. Algunos tienen las fotocopias de las lecturas del día, otros abren los tomos en sus tabletas o lectores electrónicos. El promedio de edad del club, al menos en esta sesión, oscila entre los 20 y los 23 años. Abigail lleva un registro minucioso, en una base de datos, de las personas que han participado en los encuentros. Aunque la mayoría de los 180 asistentes que han pasado por el club desde que inició, el 22 de agosto pasado, son de carreras afines a las ciencias humanas, también es curioso ver al menos 54 participantes de programas como ingeniería mecatrónica, ingeniería agronómica o administración de empresas. También hay 20 estudiantes y profesores que han llegado de las universidades Santo Tomás y Externado, además de 4 estudiantes de maestría.
Luego del poema, la lectura sigue con el Epílogo de las anticipaciones: cuando el mundo se bifurca, que tras un párrafo de introducción recopila una serie de testimonios. El orden del texto, en párrafos largos, medianos y cortos permite oír una polifonía de voces. El micrófono pasa de mano en mano; se escuchan acentos y tonos graves y agudas; unos leen muy rápido, otras lo hacen con pausas; una chica escucha las historias mientras va recolectando monedas en un juego del celular; hay dos asistentes con tapabocas; uno de los estudiantes trata de entonar su lectura imaginándose cómo contó su testimonio la persona del relato.
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Mayra, Eliseo, Alminda, Inés, Stiven, La Mona, Anita, Alonso, José, Andrés, Carlos, Andrea, Miguel, Pedro Pablo, Nelson, Ángela, Stefany, Doña Julia y Doña Constanza. Todas víctimas. Todas leídas por alguien diferente. Todas evocadas de vuelta, con su dolor, durante este encuentro. Al final, la pregunta de Abigail: ¿creen que pueden repetir el nombre de la persona del testimonio que leyeron? Muchos se sonrojan, otros reconocen que se concentraron más en la historia que en el nombre, unos pocos lo recuerdan. La importancia de nombrar.
Abigail explica que este club de lectura siempre ha tenido una fuerte carga emocional. Es un espacio seguro donde surgen espontáneamente anécdotas tras escuchar fragmentos del volumen testimonial, por ejemplo, y donde llorar, sentir rabia, impotencia o miedo es válido y no se juzga. Entre los asistentes hay personas de varias regiones del país, por lo que no es extraño encontrar experiencias directas o cercanas al conflicto armado. Eso es precisamente lo que ocurre luego de leer el epílogo: se abre la conversación y se configuran más retratos de Colombia.
Uno de los estudiantes cuenta que quiso hacer la carrera militar, pensando que “estar en el monte era divertido”, que podría ponerse “en forma”, pero ver la realidad lo sacudió. Otra voz cuenta que casi al terminar el colegio le ofrecieron hacer parte de un grupo armado ilegal. Una jóven relata que desistió de entrar a la carrera militar cuando vio en noticias las denuncias de abuso y prostitución al que eran sometidas algunas suboficiales al interior de la intitución. Una estudiante cuenta el caso de un compañero suyo, que practicaba atletismo con ella, quien entró gracias a sus marcas deportivas a la Policía “persiguiendo un sueño” y terminó en su muerte, pues fue una de las víctimas del atentado en 2019 a la Escuela de Cadetes de Policía General Santander.
Luego de compartir las anécdotas, mientras Abigail da paso al segundo bloque de la sesión, en el que se leerán fragmentos del tomo No matarás, algunos asistentes han identificado patrones comunes en los testimonios leídos: patriarcado, clasismo y racismo. La lectura durante el espacio, dice Abigail, hace que mantengan frescos los temas y el diálogo sea más fluido; permite, por ejemplo, identificar ese tipo de factores en la guerra. La intención desde que ideó el club, cuando se lo comentó a la persona que ayudó a conseguir el espacio en la biblioteca, no fue la de enviar textos para leer en casa, sino hacerlo en el ejercicio colectivo y no ocupar el tiempo académico de quienes participan en las sesiones.
Andrey Casallas, estudiantes de administración de empresas, ha asistido a cada uno de los encuentros. Antes del club, apenas sabía de la existencia de la Comisión de la Verdad por las noticias que salieron durante la entrega del Informe Final, a finales de junio pasado. Lo valioso del grupo, anota, es poder fijarse en las reacciones de los demás, compartir la misma conmoción y sentir empatía. En casa, dice, no se lograría exteriorizar tantas emociones; se las guardaría.
En el proyector, en las fotocopias y en los lectores electrónicos, el club de lectura en pleno ha ubicado las páginas en un apartado que habla del origen de las antiguas Farc-EP. “Marquetalia era un paraje inexpugnable donde vivían no más de 50 familias, pero se convirtió en un campo de disputa más simbólico que físico”, se lee y se escucha. Han transcurrido más de dos horas desde que inició la sesión. Hay libertad para extenderse. En la biblioteca nadie pide desocupar la Sala de Música por lo que el horario puede ser flexible de acuerdo a los ánimos de lectura.
Abigail, que planeaba este club solo para el semestre que termina en diciembre, ya piensa en cómo organizar y buscar nuevas métodos para seguir en enero del próximo año. Su intención es lograr leer por completo los tomos del volumen testimonial y el relato histórico. Luego, si logra estirar la cuerda, quizás otros capítulos, de tal manera que el Informe Final no sea una rueda suelta sino un motivo de juntanza y aprendizaje.
***
Nathalia Salamanca fue la coordinadora del tomo Cuando los pájaros no cantaban, y también estuvo al frente de las lecturas rituales que organizó la Comisión de la Verdad antes del final de su mandato. Para su equipo fue claro desde el comienzo que el objetivo era lograr que el testimonio circulara siempre. La Comisión fue una gran oreja durante un tiempo limitado, pero esa escucha tenía que trascender a la institución. Los relatos leídos de manera pública, anota Nathalia, fue algo que soñaron, pero no deja de ser sorprendente.
“Cuando eso pasa, cuando hay esas lecturas públicas, se logra hacer que algo que era borroso, que suelen ser las víctimas, se vuelvan cercanas y lograr que se asomen a nuestra realidad (…) Es una corroboración del interés que hay en escuchar, pero también de afinar la manera de narrar (…) que la investigación pura y dura, fría a veces, se vuelva una persona, una historia”, cuenta.
El final de la Comisión de la Verdad, con la entrega del Informe Final y su plataforma digital, pudo sentirse algo abrupto. Pero para eso se creó un legado que desde su origen persiguió que la gente tomara los resultados, los contenidos, e hiciera eco de los mismos. “Acoger, reinterpretar y multiplicar”, explica Nathalia. Existen muchas más iniciativas espontáneas, similares al club de lectura en la Universidad Nacional y a las lecturas rituales en la Fuga. Por ejemplo Memorias Colombia, una iniciativa que reúne a los excombatientes y sus emprendimientos, está imprimiendo los tomos del Informe Final para las personas interesadas en leerlos y también han organizado lecturas públicas en diferentes barrios de Bogotá.
Hay futuro si hay verdad fue el resultado del proceso de escucha y ahora tiene su propio motor. Existió un equipo que se juntó con víctimas, responsables y otros actores del conflicto armado, para dejar una gran cantidad de material que, al día siguiente de la entrega del Informe Final, está siendo apropiado por diversos públicos. “Luego ves que hay personas hablando de ello en Twitter, Facebook y Tik Tok; reuniéndose en colegios, universidades y otros lugares solo por las ganas de saber, aprender y compartir”, cierra Nathalia. Al final se trata de eso, de un legado que vivirá mientras, junto a una lectura crítica, se pongan en marcha esas tres acciones.
Para conocer las fechas de las actividades y hacer parte de las lecturas rituales en la biblioteca Fuga, pueden comunicarse con Juan González, voluntario de Generación V+, en su número de contacto: 302 5313 441.
El Club de Lectura de la Universidad Nacional publica su programación a través de la agenda cultural de la biblioteca universitaria en su página web, Facebook e Instagram. Además, el club cuenta con un grupo de Whatsapp para compartir novedades sobre los encuentros.