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Los andenes
Por: Mauricio García Villegas | Febrero 20, 2009
SIEMPRE QUE VOY A UNA CIUDAD O A un pueblo, me fijo en sus aceras: cómo están hechas; qué tan amplias son, si tienen rampas o no, etcétera.
Lo hago no sólo porque me gusta caminar por ellas, sino porque estoy convencido de que un visitante atento puede encontrar allí algunas claves importantes sobre el tipo de ciudadanos que habitan en ese pueblo o ciudad, la manera como se relacionan entre sí y la visión que tienen de la autoridad pública e incluso del Estado.
Las aceras son esa parte de la ciudad que une el espacio privado de las casas y los edificios, con el espacio público de las calles y los parques. Existe un extremo público de lo público y un extremo privado de lo privado y las aceras están en la mitad; son como puentes entre ambos lados. Las habitaciones son la parte más privada de la casa. La parte más pública es la sala, donde se recibe a los invitados. La parte más pública del espacio público es la plaza, la más privada es el andén. Por eso, en casi todos los países, el cuidado de los andenes es algo que les corresponde a los dueños de las casas.
Por ser la parte pública más cercana al mundo privado, a veces los individuos se adueñan de las aceras. Eso sucede en muchos pueblos y barrios populares de Colombia; sobre todo en aquellos que se han levantado de manera espontánea, sin orden y sin planeación. Como el municipio no construye los andenes —a veces ni las calles— son los dueños de las casas los que los levantan y por eso terminan siendo una especie de prolongación de las casas. Caminar por ellos es como pasar por las terrazas, los patios o las salas de las casas; del embaldosado se salta al cemento rojo, del granito, al barro, del empedrado al cemento. No sólo cambian los colores y los tamaños sino los niveles: las aceras están hechas de escalones que suben y bajan de manera aleatoria, como en los dibujos de Escher.
En el otro extremo de la escala social, allí donde están los más ricos, pasa algo similar: las aceras dejan de ser espacio público. Esto no sólo sucede en las urbanizaciones privadas, por obvias razones, sino también en esos barrios de casas grandes que son como pequeñas fincas, rodeadas de jardines y sin aceras. Esos barrios rurales, que desde los ochenta se extienden como plagas por los campos de los países ricos, son producto de una moda estadounidense. En muchos pueblos de ese país no hay aceras y no las hay porque simplemente no hay peatones o porque los pocos que hay son marginados sociales —latinos o negros— que no tienen carro. Eso explica que en los barrios ricos de algunas ciudades de los Estados Unidos la gente se oponga a que el municipio construya andenes; así no sólo no tienen que ceder parte de su jardín, sino que evitan que los pobres pasen por sus casas.
Pero, ¿qué importancia tiene todo esto, sobre todo en un país como el nuestro, con tantos problemas? Es verdad que las aceras no tienen nada que ver con el origen de nuestros males —de ser así todo sería más fácil— pero sí son un síntoma de ellos. La mala calidad de los andenes es una prueba más del consabido menosprecio que tenemos los colombianos por el espacio público y en general por todo lo que es público. Y quizás estará usted de acuerdo conmigo en que éste sí que es uno de nuestros mayores problemas.