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Los desafueros

ANGEL GENIVET, UNO DE LOS INTElectuales de la generación del 98, decía que el ideal de todos los españoles era llevar en el bolsillo un documento oficial que dijera lo siguiente: “El señor fulano de tal, portador del presente título, está autorizado para hacer lo que se le dé la gana”.

Por: Mauricio García VillegasAgosto 15, 2009

ANGEL GENIVET, UNO DE LOS INTElectuales de la generación del 98, decía que el ideal de todos los españoles era llevar en el bolsillo un documento oficial que dijera lo siguiente: “El señor fulano de tal, portador del presente título, está autorizado para hacer lo que se le dé la gana”.

Ganivet quería ilustrar el carácter indómito del individualismo español y para eso hacía referencia a la importancia que tenían, en su país, esos permisos que se conocen como fueros o prerrogativas y que eran muy comunes en el derecho medioeval. Mientras más importante era alguien, más fueros tenía, y por eso gozaba de más libertad. Mientras más pobre y anónimo, en cambio, más debía obedecer.

Hace ya casi doscientos años expulsamos a los españoles y abolimos el derecho colonial, pero los fueros siguen casi intactos. Aquella frase descarnada que dice “El derecho es para los de ruana”, es decir, el derecho sólo obliga al pueblo raso, ha sido en Colombia una norma más vigente y más efectiva que la mayoría de nuestras constituciones, promulgadas con bombos y platillos.

Me dirá usted que estoy exagerando. Pero le pregunto, ¿no es eso lo que sucede hoy en Colombia con la reelección presidencial? En el año 2006 el Presidente cambió la Constitución para hacerse reelegir y ahora quiere modificarla otra vez para seguir gobernando. ¡Ah!, pero lo que pasa es que, me responderá usted, éste es un caso excepcional y eso debido a que estamos ante el presidente más popular en la historia reciente del país. Es posible, pero esa es justamente la lógica del fuero: invocar casos excepcionales o circunstancias personales para acabar con las normas.

Me pregunto qué posición adoptarían los uribistas de hoy, si el día de mañana les corresponde estar en la oposición con un presidente muy popular —del Polo Democrático, por ejemplo— al que le da por cambiar varias veces la Constitución para mantenerse en el cargo. ¿Seguirían defendiendo la idea de que el pueblo tiene la última palabra? No lo creo.

La lógica del fuero es la lógica de la primacía de lo particular sobre lo general. La regla general no se desconoce, más aún se elogia, pero cumple una labor simplemente simbólica, de legitimación. El fuero es el mecanismo que permite la convivencia de un derecho que trata a todos por igual, con una realidad social llena de privilegiados. Es un dispositivo que hace posible la convivencia de lo ideal con lo que existe, sin que ninguno de los dos —lo ideal y lo que existe— cambie. Mientras que la ley general mantiene viva la esperanza de cambio, y en ese sentido es un antídoto contra la crítica, la excepción garantiza que las cosas sigan como están y en ese sentido es un antídoto contra el cambio.

Una sociedad en donde se permite que los fueros sean más importantes que las normas constitucionales es una sociedad que opta por obedecer a las personas y no a las leyes. Esa decisión tiene costos altísimos. Cuando el Presidente hace cambiar el texto constitucional para acomodarlo a su carrera política, reemplaza el derecho por el fuero, es decir, la regla por la excepción. Poco importan los métodos con los que se otorgue ese fuero: un referendo que tiene nombre propio, una consulta popular fundada en el artículo 104 de la Constitución, o un papelito guardado en el bolsillo del mandatario en el que se diga “este presidente está autorizado para hacer lo que se le venga en gana”. Los tres son desafueros que acaban con la supremacía de la Constitución.

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