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Los ricos en América Latina

LA MANERA COMO LA GENTE VIVE E incluso la manera como piensa y siente, depende mucho de lo que puede comprar. Así de simple y de cruda es la realidad social. Por eso los ricos y los pobres de todos los países capitalistas del mundo se parecen, porque compran o no compran las mismas cosas

Por: Mauricio García Villegasmarzo 13, 2009

LA MANERA COMO LA GENTE VIVE E incluso la manera como piensa y siente, depende mucho de lo que puede comprar. Así de simple y de cruda es la realidad social. Por eso los ricos y los pobres de todos los países capitalistas del mundo se parecen, porque compran o no compran las mismas cosas.

Pero los ricos se parecen más entre ellos de lo que el resto de los mortales nos parecemos entre nosotros y eso porque, a diferencia de los obreros o de los empleados medios, por ejemplo, los ricos de todo el mundo se conocen y se relacionan en una especie de territorio global —hoteles, islas, clubes, restaurantes— en donde el dinero es un pasaporte que vale más que la nacionalidad. Algunos de esos ricos estuvieron reunidos esta semana en Cartagena.

Pero entre los ricos del mundo también hay diferencias. No parece ser lo mismo un rico boliviano que un rico suizo o uno coreano (aunque confieso que no conozco ninguno de ellos). La diferencia está, creo yo, en que los ricos latinoamericanos —y no sólo me refiero a los que estuvieron en Cartagena, sino a la clase alta en general— poseen una mentalidad particular que ha sido forjada por dos rasgos típicos de las sociedades en las que han hecho fortuna: la extrema desigualdad social y la debilidad del Estado.

El hecho de vivir en sociedades muy desiguales hace que los ricos de nuestro continente sientan todavía esa superioridad señorial y despectiva que tenían las élites en la época de la colonia española. Por eso, muchos de ellos no encuentran ninguna inconsistencia entre, por un lado, su buena educación, su religiosidad, o la hidalguía de sus familias y, por el otro, la evasión de impuestos, el menor pago a sus empleados o la violación de las normas del espacio público. Creen que la ley es importante pero sólo cuando les conviene o cuando se aplica a los de abajo, a los de ruana. “Para mis enemigos la ley, para mis amigos todo”, se dice en el continente. Por eso muchos negocian la aplicación del código; “hablan con las autoridades correspondientes” y acomodan su cumplimiento a sus propias necesidades e intereses. Joseph Stiglitz cuenta que Carlos Slim le preguntó alguna vez qué podía hacer él por México, a lo cual, el premio Nobel de Economía respondió: pague sus impuestos, eso es más que suficiente.

(Todo eso se ha acentuado en las últimas tres décadas con una teoría económica que supone que el desarrollo económico se consigue protegiendo a los ricos, de tal manera que su riqueza jalone, como en una especie de marea, a los de abajo. Esta teoría, que predominó en el mundo occidental durante por lo menos tres décadas, fracasó estruendosamente el año pasado).

Decía al principio que los ricos de todos los países se parecen y que lo mismo pasa con los pobres. Pero hay algo que es común a los pobres y a los ricos de América Latina y es la dificultad que ambos tienen para sentirse parte de la sociedad civil, para ser ciudadanos. Claro que las causas que explican esto son bien distintas para cada uno de ellos: en el caso de los ricos, la falta de compromiso ciudadano se debe a que están tan cerca del Estado, que manejan a las autoridades públicas como si fueran sus empleados y a las instituciones como si fueran parte de sus propiedades. Los pobres, en cambio, no están fuera de la ciudadanía por voluntad propia, como los ricos, sino por estar excluidos del mercado, de la sociedad y de las instituciones.

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