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No es coincidencia que turistas y algunos locales la llamen Mama Yeya. Amalia coordina los asuntos de su emprendimiento de «turismo experiencial» con la sabiduría y tranquilidad de una matrona. Pero lo más importante es que ella busca fortalecer el sector del turismo en la vereda. | Santiago Ardila Sierra

“Mama Yeya”: turismo comunitario de agua dulce

Aunque hacer turismo responsable no es sencillo, una mujer del Pacífico colombiano ha apostado por el camino comunitario, un recorrido responsable para conseguir sustento y proteger el territorio.

Por: Dejusticiaagosto 24, 2023

Promover el turismo comunitario en Colombia tiene un trasfondo económico, social y político, sobre todo cuando consiste en una apuesta desde las zonas rurales apartadas o ignoradas por los grandes centros de desarrollo del país. Este “ecoturismo” es valioso porque resalta las virtudes del paisaje, pero además tiene una profunda relación con las comunidades que habitan cierto lugar, pues son ellas quienes se encargan de prestar los servicios turísticos necesarios a la par que protegen el activo más importante, su hogar.

A pesar de que parezca una tarea sencilla, no lo es. Crear toda una infraestructura de servicios en lugares de difícil acceso y con una presencia estatal insuficiente es un reto que obliga a las comunidades a ser autosuficientes y ver por el estado de los ecosistemas, mientras se encargan del bienestar y la seguridad de sus visitantes temporales.

Por ello, Visión Afro 2025 quiere resaltar la historia de Alicia Carabalí, una mujer de Buenaventura que ha visto los buenos resultados de su esfuerzo por hacer un mejor turismo a través de la promoción de salidas económicas basadas en el respeto de los territorios y sus habitantes.

A vuelo de “brujita”

Hay, al menos, una decena de “vagones” motorizados que recorren a diario un ínfimo pero importante tramo del Corredor Férreo del Pacífico, en desuso desde 2017. El itinerario es corto, entre las veredas de Córdoba y San Cipriano, en zona rural de la ciudad de Buenaventura. El viaje, sin más, es emocionante. Dichos vagones son conocidos como Brujitas: carros artesanales ensamblados con tablones de madera sobre rodamientos de balineras y propulsados por motocicletas ancladas a su estructura. Durante el día vienen y van con pasajeros de toda índole: locales que se dirigen a Córdoba para buscar un colectivo que los lleve a Buenaventura, empleados del acueducto de la ciudad y, sobre todo durante los fines de semana, turistas, cantidades de personas que visitan la Reserva Forestal Protectora Nacional de la Cuenca Hidrográfica de los Ríos Escalerete y San Cipriano.

Los operadores de las “brujitas” se organizaron en una cooperativa para prestar un servicio de transporte eficiente y constante. No se sabe cuándo las idearon, pero hasta la década de los 90, eran hombres con varas quienes impulsaban los vagones, como si apalancaran una balsa con remos. Foto: Santiago Ardila Sierra

En su mayoría, estos turistas llegan de Cali, pero ya nadie se sorprende al oír otros acentos del país e, incluso, encontrar uno que otro extranjero maravillado con la espesa vegetación de la selva occidental de Colombia. Porque es común pensar la ciudad de Buenaventura como un enorme puerto, la puerta al Océano Pacífico, pero el municipio es el más grande del departamento del Valle del Cauca y sus corregimientos son una pequeña muestra de la enorme red de ecosistemas conocidas como el “Chocó biogeográfico”, una compleja región selvática que transcurre por Panamá, Colombia y Ecuador, la cual constituye uno de los biomas más diversos del mundo.

En fin, quien llega a San Cipriano, la entrada a la Reserva Forestal, queda en medio de un verdadero paraíso tropical. Pero no se trata de un lugar despoblado, todo lo contrario, como todo el Pacífico colombiano, está habitado desde hace siglos por comunidades negras. Además, debido a la cercanía al tren y el potencial maderero de la región, personas de otros puntos de la región se han asentado como aserradores y obreros del ferrocarril desde mediados del siglo pasado. Ahora, una buena parte de esta población vive del turismo que llega a través de las brujitas.

Sin embargo, son muy pocos los turistas que se hospedan ahí. Ese fue el detonante para que Amalia Carabalí pensara en adaptar su finca como un “ecolodge” y restaurante. Junto a sus hijos y su esposo, y con la asesoría de la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC)—la cual administra la Reserva Forestal—, Amalia construyó un pequeño complejo turístico para que los turistas pudieran disfrutar del atractivo natural de San Cipriano.

Mama Yeya no es un apodo basado en su nombre. Al idear su negocio, Amalia lo nombró Mama Yeya Raíces en honor a su abuela Aurelia, quien la crió desde que tenía seis meses y a quien todos en San Cipriano conocían con ese sobrenombre. Sin embargo, los turistas, cada vez que llegan, la llaman así, Mama Yeya. Amalia tiene cuatro hijos, se considera lideresa comunitaria y hace parte de la asociación de mujeres ASOMUTUAN y del grupo Mujeres Cuidando el Territorio. El trabajo que hacen estas mujeres consiste en velar por la cultura del Pacífico, el bienestar de las mujeres del sector y del resto de la comunidad. Bajo esas premisas también levantó su proyecto turístico, el cual se consolidó en pandemia. En marzo de 2020, Amalia contaba con la suerte de tener unas cuántas hectáreas productivas junto al casco poblado de San Cipriano, la experiencia como operadora turística y los conocimientos heredados de su abuela materna. Tras meses de ver que los viajeros no llegaban, pero pronto lo harían, toda su familia decidió embarcarse en la tarea de transformar su lote en Mama Yeya Raíces.

Para llegar al hospedaje hay que cruzar en balsa el río Escalerete y caminar unos metros hasta llegar al restaurante, una casa de madera fina, fresca y amenizada con materas, canastos y ollas flotantes. Ahí suele estar Amalia, paciente y atenta a la llegada de los viajeros. Enseña con orgullo un pequeño estanque para piscicultura, de donde obtiene las mojarras para su restaurante, una huerta con plantas aromáticas y medicinales, y un bosque secundario lleno de árboles frutales para tener a la mano la fruta de los desayunos y dar a las aves que se posan sobre ellos una fuente de alimento.

No es coincidencia que turistas y algunos locales la llamen Mama Yeya. Amalia coordina los asuntos de su emprendimiento de «turismo experiencial» con la sabiduría y tranquilidad de una matrona. Pero lo más importante es que ella busca fortalecer el sector del turismo en la vereda. Lo hace a través del trabajo de Juntanza que hace con las agrupaciones de mujeres y, sobre todo, del ejemplo. Ella trabaja junto a su familia para ordenar la finca, reforestar, cuidar el bosque primario, preparar «deliciosos platos» —ella sabe que es una cocinera de primera—, y atender a los turistas.

Un camino por recorrer

La paz en que viven los habitantes de San Cipriano choca con la situación económica y social del resto del municipio, en especial con su zona urbana. Buenaventura es conocida por su marcada desigualdad, la pobreza en que viven sus habitantes y la violencia que se aviva debido a esta crisis. Por ello, encontrar un lugar como Mama Yeya, a escasos 20 minutos del casco urbano, es ver representada una apuesta política por la dignidad de los bonaverenses, que promueve, no solo otra forma de hacer turismo, sino de habitar el territorio.

El río Escalerete, principal atractivo turístico, no solo es una joya paisajística; los pocos residentes de la ciudad que pueden acceder al agua potable la obtienen de ahí. Un enorme “tubo madre” atraviesa la arboleda de la vereda en dirección a la ciudad. Un mal uso de sus aguas por parte de los turistas repercute en la calidad la calidad del servicio para miles de personas que la usan a diario. Por ello, el interés, no solo de Mama Yeya, sino de toda la comunidad en preservar ese ecosistema, pues entienden que ellos no son las únicas personas que habitan.

Por buena parte de la Reserva Forestal de San Cipriano pasa un tubo madre, el cual es la principal fuente hídrica de la ciudad. Es común ver obreros del acueducto trabajar en la ampliación y mantenimiento de la red, una tarea esencial para abastecer a miles de personas que aún no acceden a su derecho al agua. Foto: Santiago Ardila Sierra

San Cipriano adolece de los mismos problemas de una buena parte de la ruralidad colombiana. La falta de infraestructura básica dificulta unas buenas condiciones de vida para su población. Sin embargo, las brujitas les permiten mantener una mejor conectividad con Buenaventura y Cali y, además, proporcionar una aventura para los viajeros. El caso de Mama Yeya no es un ejemplo para excusar al Estado de sus responsabilidades sociales, mas una guía para enfrentar parte de la pobreza que aqueja a Buenaventura, que para muchos puede ser la posibilidad de construir una vida y futuro digno.

Mama Yeya se encarga de que todo en la finca funcione. Sin embargo, este es un emprendimiento familiar, en el cual su esposo se encarga de la construcción y mantenimiento de las cabañas; y sus hijos, de los procedimientos administrativos y de mercadeo.

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