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Cecilia Merino se reencontró con su madre biológica después de 31 años de búsqueda. | Laura Zambrano

Mi primera Navidad junto a mi familia biológica

Cecilia Merino creció lejos de su familia biológica por cuenta de la guerra civil en El Salvador. Después de 31 años se reencontraron y a partir de esa Navidad empezaron a recuperar el tiempo perdido.

Por: Diciembre 26, 2022

Cecilia Merino pasó la Navidad del año 2012 intentando asimilar que tenía dos mamás. Unos días antes había conocido a Gloria, la mujer con la que compartía el ADN y la manera de sonreír, pero de quien se había separado al mes de nacida por culpa del conflicto salvadoreño. 

En 1982 Gloria Hernández tuvo que entregarle su bebé de brazos a otra familia. Ella tenía 18 años y había sido reclutada por el FMLN, la guerrilla más grande de El Salvador. La lucha armada y la crianza no eran compatibles, pues el simple llanto de un niño podía hacer que los descubriera el Ejército. Por eso, el padre de Cecilia buscó a una pareja que la cuidara por un tiempo mientras bajaba la intensidad del conflicto. Pero cuando intentó volver a ellos, la guerra los había desplazado y perdieron el rastro de su hija. 

En los 90, tras los acuerdos de paz que pusieron fin a una guerra de 12 años en El Salvador, Gloria se desmovilizó y empezó a buscar incansablemente a Cecilia. En un encuentro fugaz con el padre adoptivo, consiguió una foto de la niña a los cinco años. Esa sería su única herramienta para averiguar su paradero. Con esa foto llegó a las oficinas de Pro-Búsqueda, una organización que se dedica a buscar a los niños y niñas desaparecidos durante el conflicto en este país. Después de investigar y entrevistar a decenas de excombatientes, en 2012 Pro-Búsqueda tocó las puertas de Cecilia. 


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En ese punto ella sabía que su familia biológica no eran las personas con las que había crecido. Se lo empezó a preguntar en la adolescencia: ¿a quién me parezco?, ¿por qué soy así?, ¿a quién saqué mi nariz, mi pelo? También se preguntaba cómo su mamá la tuvo siendo tan mayor. Las dudas se intensificaron cuando su hermano menor se enteró de que su familia biológica era otra y se reencontró con ellos. “Ahí empecé a intuir que quizá tampoco eran mis papás”. Cuando eso ocurrió, Cecilia era una adulta y “me había hecho a la idea de que si a mí me llegaba a tocar eso, tenía que ser madura”.

Y así fue. Cuando las psicólogas de Pro-Búsqueda la contactaron para contarle su historia y proponerle un reencuentro, lo primero que hizo fue darle tranquilidad a su mamá adoptiva. “Mi mamá se puso super mal. Estuvimos toda la noche en el hospital, ella pensaba: ‘ya no me va a querer, sus papás se la van a llevar y ya no va a ser mi hija’. Le dije que no había motivo para sentir angustia”. Luego vinieron las pruebas de ADN, que confirmaron el vínculo genético entre Cecilia y Gloria.

Así que Cecilia y su madre adoptiva llegaron juntas al reencuentro el 5 de diciembre. Gloria y sus hijos las recibieron con abrazos, lágrimas y un cartel que decía Cecy, bienvenida a la familia. Las dos mamás se abrazaron, se agradecieron y compartieron sus historias. “El día del reencuentro logramos tener una conexión y lo fuimos madurando poco a poco después, contando nuestras vivencias”, recuerda.

Las fiestas de fin de año ese 2012 fueron para Cecilia muy parecidas y también muy diferentes a las de siempre.  Participó en los mismos rituales de cada año: armar el arbolito en familia, estrenar ropa, cocinar el mismo menú y rezar la oración del año nuevo antes de las 12. Pero esta vez “familia” tenía un significado más amplio: en la misma mesa estaban su mamá adoptiva, su mamá y hermanos biológicos, sus propios hijos y sus suegros. Desde entonces, no hay Navidad, cumpleaños y nacimientos que Cecilia no comparta con ambas familias.

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