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Moral diabólica
Por: Mauricio García Villegas | septiembre 12, 2008
HUBO UNA ÉPOCA EN LA QUE LOS SAcerdotes le pedían a la gente que se confesara por haber tenido malos pensamientos, o incluso “malos” sueños.
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No sé si eso suceda todavía, pero estoy seguro de que semejante prohibición moral no sólo no lograba lo que se proponía sino que producía más daños morales que otra cosa. La gente seguía pensando y soñando —no faltaría más— pero en medio de un ambiente de hipocresía y represión creado por la prohibición. Esto mismo pasa con la norma que prohíbe el consumo de ciertas drogas. La gente no sólo las sigue consumiendo —como consume alcohol o tabaco— sino que lo hace de manera solapada e ilegal.
Estos dos casos muestran los peligros del llamado “perfeccionismo moral”. Al pretender que la gente sea más buena de lo que puede ser, lo que se consigue es que sea más mala de lo que realmente es. La norma moral propicia un mundo de maldad peor que el que busca remediar.
Digo todo esto porque la guerra contra las drogas que está librando Colombia —en sintonía con lo predicado por la moral conservadora dominante en los Estados Unidos— no sólo no está produciendo ningún resultado, sino que está creando un deterioro moral e institucional muy superior al que pretendía combatir. Por razones morales estamos acabando con la moral.
Con respecto a la falta de resultados de la lucha contra las drogas ilícitas no tengo que decir mucho para ser convincente. En Semana.com hay una entrevista en donde Mancuso sostiene que el ingreso anual del narcotráfico en Colombia asciende a 7 mil millones de dólares. De otra parte, esa cifra de Mancuso es —vaya ironía— más o menos la misma que ha utilizado el plan Colombia para erradicar el narcotráfico.
Si al país ingresan 5 mil millones de dólares ilegales —supongamos que Mancuso exagera— eso es algo así como el 4 % del presupuesto nacional. Semejante chorro de dinero ilegal, rociado desde hace más de treinta años a lo largo y ancho del territorio nacional, no podía producir cosa distinta a la que hemos visto en las últimas décadas: terrorismo, narcoguerrilla, paramilitarismo, parapolítica y corrupción. En estas cinco palabras —nuestro diccionario nacional de la infamia crece sin cesar— se concentra lo esencial de los titulares de prensa desde hace dos décadas. Todo eso nos lo podríamos haber ahorrado si no existiera el narcotráfico y el narcotráfico no existiría si no existieran las normas —la moral y la legal— que lo prohíben, y esas normas no existirían… Dicho en otros términos, ese problema nos lo inventamos, o se lo inventaron los prohibicionistas.
Pero quizá lo peor de todo, lo más difícil de resistir, es el deterioro moral en el que está sumido el país como consecuencia de la infiltración de la mafia en amplios sectores de la sociedad y del Estado. Pretender que un país como Colombia, subdesarrollado y mal gobernado, se resista en bloque al ingreso y blanqueo de los 5 mil millones de dólares anuales que entran por narcotráfico, es tanto como pedir que la gente se resista a tener malos pensamientos. Siempre habrá detractores dispuestos a negociar parte de ese dinero. Por eso, lo mejor es ser realista y limitar los males a su mínima expresión: eso se consigue con la legalización de la droga.
No sé cuantos años, cuántas generaciones y cuántos muertos se necesiten para que eso suceda, pero de lo que sí estoy seguro es de que no existe una Colombia viable con esa prohibición.
Necesitamos una cruzada contra aquellos voceros del perfeccionismo moral que pretenden que los ciudadanos sean ángeles y por esa vía, abren el camino para que sean demonios.