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Miguel Ángel fue uno de los 12.000 desaparecidos en el Magdalena Medio, pero así como los cientos de miles de personas desaparecidas él no es una cifra, es un vacío imposible de llenar en una familia que, cuarenta años después, sigue clamando por verdad y justicia. | Collage: Papel Cortante

Cuatro décadas de deuda del Estado con la familia Díaz Mansilla

El 5 de septiembre de 1984 Miguel Ángel Díaz Martínez de 32 años, militante del Partido Comunista, que contribuyó en la creación de la Unión Patriótica, fue desaparecido por el Estado en Puerto Boyacá.

Por: Paola Molano Ayalaoctubre 23, 2024

La vida de la familia Díaz Mansilla cambió por completo a partir del 5 de septiembre de 1984. Miguel Ángel Díaz Martínez de 32 años, militante del Partido Comunista, que contribuyó en la creación de la Unión Patriótica, fue desaparecido por el Estado en Puerto Boyacá. Miguel Ángel fue uno de los 12.000 desaparecidos en el Magdalena Medio, pero así como los cientos de miles de personas desaparecidas él no es una cifra, es un vacío imposible de llenar en una familia que, cuarenta años después, sigue clamando por verdad y justicia.

“Es un cambio total de vida…un cambio de todo”

Gloria Mansilla es una mujer amable y fuerte, con una enorme vocación de servicio en favor de quienes han sido golpeados por la violencia y la desigualdad de este país. En la década de los 70 militó en el Partido Comunista junto a Miguel Ángel Díaz, su esposo, y ambos  organizaron el sindicato del Instituto Colombiano de Cultura–Colcultura–, Sintracultura. Gloria habla pausado y tiene en su cabeza una infinidad de detalles de cómo han sido estos cuarenta años de lucha en el caso de la desaparición de su esposo y de  muchos otros que corrieron el mismo destino. 

Luisa y Juliana Díaz Mansilla, hijas de Gloria y de Miguel Ángel, comparten entre sí una voz dulce y rasgos juveniles, y con su madre la amabilidad y la fortaleza. Al hablar con ellas sale en cada conversación el dolor de la pérdida y de una vida dedicada a buscar respuestas a preguntas que no se hicieron, sino que llegaron como una ola enorme a invadirlo todo. Luisa tenía ocho años y Juliana un poco menos de dos cuando a su papá lo desaparecieron. Tuvieron que dejar atrás una infancia como la de otros y aprendieron a vivir la nueva vida que les tocó, sin entender muy bien qué le había pasado a su papá, pero sabiendo que su mamá estaba consagrada a encontrarlo y a ayudar a otras familias que pasaban  por lo mismo.

La desaparición forzada de Miguel Ángel a manos de agentes del Estado, miembros del Departamento Administrativo de Seguridad -DAS- con presunta complicidad de miembros del Ejército y de la Policía, producto de su militancia en el Partido Comunista y de su participación en la formación de la Unión Patriótica, transformó por completo la vida de su familia y rompió sus rutinas diarias. Ir al cine o al teatro, actividades que Gloria solía disfrutar, se volvieron solo anécdotas. En 40 años puede contar con una mano las veces en que ha repetido esas actividades, pues dice que salieron de sus posibilidades y que con el paso del tiempo ya no le interesan. 

A casa de los Díaz dejó de llegar el salario de Miguel Ángel, y el sustento venía de lo que Gloria ganaba como funcionaria en el Concejo de Bogotá. Aunque en realidad ella tenía dos trabajos de tiempo completo: la jornada de lunes a viernes y la búsqueda de su esposo los fines de semana. En ese camino, se vinculó a organizaciones de familiares de desaparecidos, y pudo entender mejor la tragedia que se dispersaba como una mancha de aceite por todo el país durante las dos últimas décadas del siglo pasado. Las hijas también hicieron parte de la movilización social que se gestaba en torno a la desaparición forzada y cada jueves participaron en las marchas de los claveles blancos que promovía la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos -ASFADDES-.

Los roles del hogar también cambiaron, las hijas se atendían entre sí. Ángela y Luisa, las mayores, asumieron gran parte del cuidado y la crianza de Juliana, la menor, y además de dominar los oficios de la casa, aprendieron a resolver las calamidades domésticas que ocurrían mientras Gloria trabajaba. Adquirieron habilidades para toda suerte de oficios, dice Luisa que les “tocaba funcionar como adultas, resolver situaciones de adultas”. 

Una habilidad que desarrollaron, también a la fuerza, fue hacer mudanzas como profesionales, pues moverse entre barrios, casas y nuevos colegios fue la estrategia para escabullirse de las amenazas que recibieron por buscar a Miguel Ángel. Cuenta Gloria que se volvieron tan expertas, que en cada trasteo a los dos días parecía que llevaran años viviendo en la nueva casa, pues todo estaba organizado y en su lugar. 

Aprendieron, no sin dolor, a vivir con miedo. Miedo de que Gloria no volviera a la casa, de que le pasara algo a las niñas, de la estigmatización que aparecía en las miradas y en las preguntas sobre la desaparición de un padre y esposo comunista. El miedo también impidió que las hijas tuvieran una vida como la de otras niñas. Luisa y Juliana mantuvieron en silencio la historia de su padre, y esto creaba un abismo profundo entre ellas y otros niños de la misma edad, que junto a las constantes mudanzas, les impidió tener amistades del barrio o de la infancia.

Más tarde que temprano las amenazas las llevaron al exilio. Tarde, porque fueron una constante desde el primer día de búsqueda y empeoraron con el pasar del tiempo, incluso personas sin identificar rompieron las cerraduras e irrumpieron en su casa. Pero la familia solo se pudo ir del país cuando las hijas cumplieron la mayoría de edad, pues ante la imposibilidad de tener la autorización de salida de ambos padres, Gloria no podía sacarlas, y siempre se ha negado a hacer la declaración de muerte presunta, pues afirma que el Estado se lo llevó vivo y es quien debe darles respuestas. 

La familia salió de Colombia en distintos momentos de la primera década del 2000: Juliana fue la última en irse, con 19 años. Luisa se fue inicialmente a Inglaterra y las demás llegaron a otro país de Europa, que pidieron no revelar porque Ángela y Juliana siguen viviendo allá. Todas coinciden en que estando lejos fue la primera vez que salieron a la calle sin miedo; fue, de nuevo, un cambio total de vida. Empezaron de cero a tratar de hacerse parte de un nuevo entorno, con dificultades, sin la familia completa y todavía con temor de revelar lo que les había sucedido. No obstante, en el exilio el miedo se fue haciendo más leve, gracias a la estabilidad que les daba no tener que huir y poder construir redes de amigos que podían ser duraderas.  

Ángela y Juliana nunca quisieron regresar a Colombia. Gloria y Luisa volvieron definitivamente un poco más de una década después, en el 2012, aunque en el entretanto no abandonaron el caso y, en la medida de las posibilidades, seguían haciendo las gestiones cada vez que podían. La aprobación de la Ley de Desaparición Forzada (589 de 2000) –que creó el delito de desaparición forzada y dio paso a una nueva institucionalidad para la búsqueda de las personas desaparecidas, como la Comisión de Búsqueda, el Mecanismo de Búsqueda Urgente y el Registro Nacional de Desaparecidos– y el litigio ante la Corte Interamericana por el extermino de la Unión Patriótica, se convirtieron en nuevos escenarios de esperanza. 

“Búsqueda es solo una partecita de todo lo que hemos hecho”

La injusticia de la desaparición no ha dejado ni una piedra en su lugar en la familia Díaz Mansilla. Las múltiples capas que la componen las han obligado a actuar en distintos frentes, desde el más evidente, que es la búsqueda, hasta otros más ambiciosos y necesarios, como los reclamos por la justicia y la verdad, y la preservación de la memoria. Por eso Luisa y Gloria coinciden en que buscar a Miguel Ángel es solo una parte de todo lo que han tenido que hacer durante décadas.

Han sido sucesivas injusticias desencadenadas por la desaparición. Gloria siempre destaca el despido de Miguel Ángel de Colcultura cuando ya estaba desaparecido, pues a su juicio condensa la reacción del Estado colombiano: los despidieron por sus labores sindicales, luego los restituyeron cuando Miguel Ángel ya estaba desaparecido y, a pesar de las denuncias de Gloria, fue despedido nuevamente por “abandonar” su cargo. Gloria siempre es enfática: “¿cuál abandono, si estaba desaparecido? ¡Y lo desapareció el mismo Estado!”. 

Como si fuera poco, la familia también enfrentó un proceso de embargo y remate del 50% de su vivienda, la  casa en el barrio Castilla de Bogotá, a la que Miguel Ángel nunca regresó. El caso fue complejo y, aunque ha seguido las formalidades de la Ley, también profundamente injusto: en medio de precariedades económicas y las exigencias físicas y emocionales que les costó el exilio y la búsqueda de Miguel Angel, perdieron la casa.  Inconscientes frente a esta tragedia, las autoridades les arrebataron el último lugar en el que fueron una familia en la que no faltaba nadie. 

Si bien la Ley de Desaparición Forzada y la Ley de Declaración de Ausencia por Desaparición Forzada (Ley 1531 de 2012) contienen medidas para proteger a las familias de los desaparecidos y para evitar que sean tratados como una familia ordinaria que no enfrenta la tragedia de la desaparición, lo cierto es que para la familia Díaz Mansilla esas medidas llegaron tarde. El Estado además de desaparecer a Miguel Ángel, tampoco protegió los derechos de Gloria y sus hijas a la memoria, la verdad y la justicia; por el contrario, las hizo enfrentar múltiples procesos judiciales y administrativos interminables e intrincados.

Durante todas estas décadas, han comprendido la complejidad de la desaparición forzada, por su propio caso y por la vinculación en esfuerzos colectivos; han intervenido en procesos judiciales sin ser abogadas, e incluso, han ejercido su propia representación ante la Corte Interamericana en el caso Militantes de la Unión Patriótica contra Colombia. Todo esto de la mano del dolor de una herida que no se cierra, porque aún no encuentran a Miguel Ángel.

Gloria participó en esfuerzos colectivos décadas atrás impulsados por organizaciones de familiares de desaparecidos, tanto en la búsqueda como en la incidencia ante Naciones Unidas. Para Luisa, el cambio que le permitió el exilio la llevó a participar en ámbitos de reivindicaciones por los derechos en  el país de llegada y en Centroamérica. De hecho, se vinculó al trabajo con personas migrantes y refugiadas y madre e hija empezaron a participar en la organización de exiliados colombianos, muchos también exmiembros del Partido Comunista. Este esfuerzo se concretó en la organización Ferine, varios de sus miembros también fueron perseguidos por el DAS.

Las circunstancias que las tocaron profundamente, también llevaron a Ángela, Luisa y Juliana a ser parte de la búsqueda y de las movilizaciones. Sin embargo, el exilio fue un punto de quiebre en el que su participación cambió nuevamente. La experiencia de la maternidad para Juliana fue un punto de inflexión respecto a su participación en la búsqueda. Juliana ha tomado distancia: aunque quiere que sus hijos sepan qué pasó con Miguel Ángel y también que reconozcan la valentía de Gloria, no quiere que vivan con los temores con los que ella creció, y tampoco quiere trasladarles la carga de la búsqueda. También se desilusionó del proceso posterior a la sentencia de la Corte Interamericana, pues pensó que tendría mejores resultados, sobre todo para que Gloria tuviera un cierre. Pero luego de dos años siente que nada pasó y que, por el contrario, ha sido una experiencia revictimizante. 

De las tres hermanas, Luisa es quien se ha mantenido vinculada a las reivindicaciones del caso de Miguel Ángel. Militó en la Unión de Jóvenes Patriotas -UJP-, se ha vinculado a los distintos procesos judiciales en torno al caso y también ha participado en redes de hijos de desaparecidos en la región. Sin embargo, al igual que Juliana no quiere heredar la carga de la búsqueda a sus hijas y, sobre todo, quiere evitar a toda costa que sufran el miedo y la estigmatización que ella y sus hermanas padecieron; por eso, implementa acciones como hablar con los profesores del colegio para sensibilizarlos sobre la experiencia de su familia.

En los últimos años Luisa y Gloria han continuado con la búsqueda de la verdad y la justicia, y aunque no pertenecen a ninguna organización, están articuladas con ellas. Ambas están enfocadas en la implementación de la sentencia de la Corte Interamericana que, además de establecer la responsabilidad del Estado en diversas modalidades como omisión, acción y connivencia, ordena, entre otras medidas de reparación, la obligación de investigar, juzgar y sancionar a los responsables y determinar el paradero de las víctimas desaparecidas. Afirman que no quieren ser representadas por ninguna organización, sino que, desde su experiencia, quieren participar con su propia voz. Esta decisión también es producto del acumulado que han construido: un archivo organizado y bien preservado sobre el caso de Miguel Ángel, la documentación de los procesos judiciales y de la búsqueda y el conocimiento que han adquirido al estar cerca de experiencias de otros casos nacionales y regionales.

La solidaridad

El camino recorrido por Gloria y sus hijas es similar al de muchas familias con seres queridos desaparecidos. Esa experiencia compartida forja profundos lazos de solidaridad, pues, como dice Luisa, “la herida es tan profunda y dolorosa que uno inevitablemente se sensibiliza con el dolor ajeno”. La solidaridad es un hilo conductor en la historia de la familia Díaz Mansilla, tanto hacia otras familias y víctimas de la violencia, como de personas y organizaciones hacia ellas. A pesar del dolor, Gloria, Luisa y Juliana coinciden en que han encontrado solidaridad a lo largo del camino. Juliana destaca que, de todo lo vivido, lo más valioso ha sido la gente que las ha acompañado y quienes han mantenido viva la voz de Miguel Ángel.

Cuando inició su búsqueda, Gloria se apoyó en el conocimiento de otros. Gracias a su militancia política, conectó con personas y organizaciones, como el Cinep, que respaldaban la búsqueda de estudiantes de la Universidad Nacional desaparecidos en 1982. Posteriormente, se unió a ASFADDES, contribuyendo a su fortalecimiento mediante el registro legal de la organización, lo que permitió constituir ASFADDES Nacional. No obstante, Gloria señala que integrarse a estos colectivos no fue sencillo, ya que la desaparición quiebra la confianza. A pesar de las dificultades, Gloria subraya la importancia de la solidaridad y el trabajo colectivo. Destaca que avances significativos, como la prohibición de la desaparición en la Constitución de 1991 y los desarrollos de la Ley de Desaparición Forzada, fueron posibles gracias al esfuerzo colectivo de los familiares de desaparecidos. 

La solidaridad internacional ha sido crucial en la historia de la familia Díaz Mansilla. A finales de 1984, cuando Gloria participó en el V Congreso de la FEDEFAM en Buenos Aires, a partir de los otros testimonios, comprendió que la desaparición de su esposo era forzada, esto fue crucial para entender lo que debía enfrentar en adelante. Por su parte, Luisa se ha relacionado con organizaciones de hijos de desaparecidos en México y Centroamérica con quienes ha compartido experiencias y creado lazos de apoyo. Un hito significativo fue el trabajo de Luisa y otros hijos, apoyados por el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América, para conservar archivos sobre la desaparición de sus padres. Esto resultó en la creación del Fondo H, que alberga documentos sobre los casos de desaparición forzada y prisión política relacionados con su familia y otros grupos como H.I.J.O.S. México y el Comité Cerezo.

Otras organizaciones se han sumado al esfuerzo de la familia Díaz Mansilla, como la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, Dejusticia y, más recientemente, Equitas. También otras personas, a nombre propio, han acompañado a Gloria y a sus hijas en este camino. La familia de Gloria fue fundamental, pues participaron en el cuidado de las niñas en los primeros momentos posteriores a la desaparición; lo mismo las y los compañeros de militancia, que conectaron a Gloria con redes nacionales y regionales de familiares de desaparecidos, y que también les ayudaron a resolver urgencias, como aquella vez que las niñas se quedaron sin cupo en el colegio y el problema fue resuelto gracias a un compañero de militancia.

La solidaridad tiene diferentes caras, pero quizá la más importante es la del reconocimiento: del dolor, de la tragedia y de las injusticias que ha tenido que enfrentar una familia, y, en consecuencia, de la necesidad de acompañar para remar hacia el mismo lado.  

El 12 de septiembre de 2024, en la conmemoración de los cuarenta años de la desaparición de Miguel Ángel, el Ministerio de Cultura lo reconoció oficialmente por primera vez como un trabajador de Colcultura que fue desaparecido por el Estado. Pero ese reconocimiento no era sólo para él. En un jardín lleno de helechos y bromelias, con música, amigos y familiares, de una manera colectiva y cercana, pero solemne, también se conmemoró la lucha de Gloria y de sus hijas, y sobre todo la dignidad con la que durante cuatro décadas han buscado por cielo y tierra la verdad y la justicia.

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