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Música para camaleones
Por: César Rodríguez Garavito (Se retiró en 2019) | enero 24, 2011
O LOS VERDES RECHAZAN EL APOYO de Uribe, o dicen francamente que abandonan el proyecto que les vendieron a 3,5 millones de votantes.
Esa es la disyuntiva que han entendido muchos activistas y algunos congresistas del Partido Verde, pero que parece escapárseles a sus máximos dirigentes: los tenores cuyo des-concierto sobre la Alcaldía de Bogotá no suena como un aria, sino como la serenata desafinada de un improvisado cuarteto.
¿Por qué el acercamiento entre Peñalosa y el uribismo cambia la partitura? Porque eso es justamente lo que los verdes prometieron no hacer: poner el fin (la victoria en Bogotá) por encima de los medios (las alianzas con sectores políticos corruptos). Atrás queda la consigna electoral de “no todo vale”. Hoy Lucho, el director del partido, aclara que “en la vida uno no es blanco o negro” y que “no vamos a vetar alianzas”. Al fin y al cabo, remata Garzón, “Peñalosa es de la Casa Uribe hace rato”. Haberlo sabido antes: millones de jóvenes y ciudadanos independientes no habrían votado verde pensando que lo hacían contra la Casa Uribe.
Lo que Peñalosa y Lucho no ven es que el principio de “no todo vale” es lo único distintivo que les queda a los verdes. Porque, mientras los tenores descansaban, el santismo les arrebató la agenda de centro que ellos no lograron articular. ¿Relaciones exteriores? Santos ya se reconcilió con los vecinos, como proponía Mockus. ¿Regreso de la tecnocracia al poder? Hecho. ¿Política de víctimas y desplazamiento? El proyecto de ley sobre restitución de tierras y reparación a las víctimas son la “tercera vía” que probablemente habrían seguido los verdes. ¿Relaciones armónicas con la justicia? Tarea cumplida.
Así que el capital de los verdes es una forma de hacer política, que tiene dos elementos. Primero, cero tolerancia con el clientelismo. Esta es la idea detrás del “sello verde”, que certificaría la honestidad e idoneidad de cualquier candidato del partido. La consecuencia lógica es que el sello sea requerido también para cualquier alianza electoral. Sería absurdo que un candidato impecable acepte apoyos de sectores políticos corruptos, cuyos votos terminen eligiéndolo y convirtiéndose en influencia o puestos en su gobierno. Por eso es un contrasentido que Peñalosa estime “muy honroso” el apoyo uribista. Si reciben el sello verde los protagonistas de la yidispolítica y las chuzadas, apague y vámonos.
El segundo elemento de la forma verde de hacer política era el trabajo en equipo: la promesa de que los intereses colectivos estarían por encima de las aspiraciones individuales. Ahí están las fotos de los tenores en campaña, con los brazos en alto, manos entrelazadas, haciendo campaña por Mockus. Era de esperar una transición coordinada hacia las elecciones locales: un afinado trío de tenores, con Peñalosa en Bogotá, Fajardo siguiendo la misma partitura en Antioquia y Mockus haciéndoles coro, al tiempo que Lucho tomaba la batuta y los hacía cantar al unísono. En lugar de eso, Mockus amaga con lanzarse en Bogotá, Lucho abandona el atril y se mete a cantar, y Fajardo solfea en su tierra, mientras que los votantes de la ola verde escuchan espantados.
Las elecciones bogotanas son importantes. Y los verdes tienen chance de ganar, si mantienen su proyecto. Su sello distinguiría a Peñalosa (o Mockus) de otros candidatos buenos, como Gina Parody o David Luna.
Pero en la solución al desconcierto verde se juega algo más importante que el poder capitalino. Santos está haciendo un gobierno mejor y más centrista que el que se anticipaba. Pero la democracia corre riesgos con el unanimismo y requiere partidos independientes. El Polo ha sido víctima del sectarismo y los egos. El Partido Verde está a tiempo de evitar ese camino.
Veremos si los tenores sostienen la nota que prometieron. O si, como en la crónica de Truman Capote, la suya es música para camaleones.