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¡Ni una más!
Por: Diana Esther Guzmán Rodríguez | Junio 1, 2012
En ocasiones el sentimiento es más grande que la razón y los argumentos. Y es justamente lo que me ocurre hoy, al escribir estas líneas. Desde el día que supe lo que le ocurrió a Rosa Elvira Cely, no puedo dejar de sentir un profundo dolor por su sufrimiento. No puedo dejar de imaginar la angustia que debió sentir mientras era asediada, la rabia e impotencia que debieron invadirla mientras era brutalmente violada, y la desolación en la que seguramente se sumió al saberse sola y violentada en medio de la nada y del frío, con varias heridas en su cuerpo y siendo víctima de un empalamiento, en pleno corazón de Bogotá.
No puedo dejar de pensar en lo que pudo sentir cuando finalmente la encontró la Policía, y luego, mientras agonizaba por cuatro días en el hospital, por cuenta de la infección que padeció por la destrucción de varios de sus órganos. No puedo apartar de mi mente a su familia, y las preguntas que deben tener: ¿Por qué a ella? ¿Quién? ¿Por qué?
Tampoco dejo de preguntarme cómo fue posible que Rosa Elvira haya sido víctima de un hecho tan atroz de destrucción del cuerpo y de la identidad. Hoy me duele que estos hechos hayan ocurrido en este país, y que sigan siendo, en general, una realidad en el mundo. Pero sobre todo, me duele su sufrimiento, su muerte y la indiferencia con la que muchas personas llamadas a reaccionar han dejado pasar el hecho y su significado.
El empalamiento, que parecía una práctica medieval superada, ha reaparecido en los conflictos armados como una manifestación cruel de la violencia contra las mujeres. Lamentablemente, el conflicto colombiano no ha sido la excepción. En la masacre de El Salado, por ejemplo, se denunciaron varios casos, incluyendo el de una mujer embarazada que fue empalada luego de haber sido sometida a una violación grupal. Pero ese parecía el terror de la guerra, que se hacía más cruel contra los cuerpos de las mujeres, pero que estaba lejos de las ciudades y de quienes no padecen directamente el conflicto.
El de Rosa Elvira no es entonces el primer caso de empalamiento, pero sí es la prueba más clara y dura de que la violencia contra las mujeres es pan de todos los días, que se presenta como un continuo en sus vidas. Es una prueba más de que la violencia reproduce los imaginaros sociales que toman el cuerpo de las mujeres como un objeto que puede ser brutalmente destruido.
Estas líneas son un llamado a la sociedad y al Estado, para que la violencia contra las mujeres se reconozca como lo que es, una violación a los derechos humanos y una manifestación extrema de la discriminación en contra de las mujeres; para que sea rechazada y ninguna de sus manifestaciones sea tolerada, bajo ninguna circunstancia.
Es una invitación para que se prevenga, mediante acciones serias y decididas en las que se comprometan todas las autoridades del Estado; para que este caso, y todos los otros hechos de violencia contra las mujeres que se presentan en sus vidas cotidianas, y en el conflicto, no queden en la impunidad, como han quedado la mayoría de los que se han conocido públicamente. Es un recordatorio para que las mujeres que han sido víctimas de sus familiares, actores armados o de quien sea, sean reconocidas como titulares de derechos y se adopten acciones para su pleno restablecimiento.
Pero sobre todo, estas líneas son para que todos y todas asumamos el compromiso de que no haya una víctima más, porque este no es un asunto de pocas, sino un problema de igualdad y democracia.
Desde este espacio, el más sincero apoyo a la marcha del 3 de junio, por Rosa Elvira y su familia, y por quienes han sido víctimas y todavía claman por justicia.