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Opositores radicalizados

El discurso de algunos contradictores del gobierno muestra vicios parecidos a los del Presidente.

Por: Miguel Emilio La RotaDiciembre 18, 2009

Ya se ha hablado mucho de la polarización de los colombianos promovida por el Presidente y su gobierno. Lo que no se ha mencionado es que varios de sus contradictores también han adoptado un discurso que niega a los que piensan distinto y es absolutista en su mirada.

Esta radicalización se manifiesta en al menos dos aspectos: primero, consideran que aquellos que opinan contrario a ellos son inferiores moralmente. Caricaturizan sus argumentos y satanizan sus objetivos. Por ejemplo, para algunos sindicalistas todo aquel que no crea que el libre comercio es nefasto es un vendido a los intereses del capital. También, ciertas organizaciones vilipendian a las víctimas si éstas deciden negociar y no esperar varios años por una eventual condena de los responsables; las acusan de poner en compraventa su dignidad.

El segundo aspecto es el totalitarismo con el que se valoran los hechos, las personas y las instituciones. Todos los funcionarios del gobierno son paramilitares. Toda la empresa privada tiene un espíritu corroído. Toda la inversión extranjera trae miseria y violencia. Igualmente, todo es parte de la misma conspiración: el paramilitarismo, el neoliberalismo, la ineficacia del aparato de justicia, por ejemplo, son un mismo fenómeno diabólico. Ello resulta en que las instituciones queden deslegitimadas de tajo. Así, como lo afirman algunos activistas, no se puede colaborar con la administración de justicia sin ser cómplice de un comportamiento criminal.

Afortunadamente, este discurso no deja de ser excepcional. La mayoría de opositores siguen siendo específicos respecto de sus detracciones. Buena parte de las organizaciones sociales y movimientos de derechos humanos se siguen guiando por un modelo democrático, y continúan apostándole a la institucionalidad y a las soluciones en derecho.

En este sentido, muchos contradictores han mostrado una valentía admirable pues ellos mismos han sido victimizados. Hay bastantes ejemplos: los asesinatos de sindicalistas; el trato de ONGs de derechos humanos como terroristas; las chuzadas de políticos de la oposición; o la estigmatización de muchas víctimas como guerrilleras.

En varias de estas situaciones, han participado de manera activa miembros de los servicios de inteligencia del Estado. Aunque es difícil ser objetivo y tolerante cuando se ha sido víctima, algunos opositores siguen anteponiendo la racionalidad sobre el odio. Pero aquellos que han caído en la trampa y se han radicalizado pueden terminar cerrándole espacio a la agenda política que intentan promover.

Uno de los argumentos que a veces esgrimen es que el endurecimiento ideológico tiene buenos resultados. ¿Cuáles? La mayoría de los logros han sido el resultado de litigios y discursos juiciosos y no de una arenga maximalista; de apostarle a la institucionalidad democrática. Pero si en el discurso se radicalizan acaban aislándose del resto de la sociedad. Puede que su extremismo legitime a algunos. José Obdulio hace que Uribe parezca moderado. Pero esto no se aplica para quienes es fundamental que su agenda sea legítima a los ojos de los colombianos. Polarizarse les cierra espacios para una discusión moderada que sea sensible a los hechos y a los resultados prácticos, y no al adoctrinamiento.

Tal vez la peor consecuencia es que las instituciones quedan contra la pared. Para la extrema derecha, la administración de justicia le hace juego a la insurgencia por investigar y juzgar las ejecuciones extrajudiciales. Para los del otro lado, no se puede confiar en el sistema pues está infiltrado por paras que no dejan que avancen los casos. Esto lleva a ignorar los esfuerzos más importantes: los tendientes a mejorar esas mismas instituciones.

La política es conflictiva por definición pues gestiona posturas y agendas enfrentadas que a veces pueden ser opuestas al extremo. Nadie puede pedir que sea desapasionada y homogénea. Pero hay que prevenir que sea antagónica, obtusa y desmesurada, pues eso lleva a la negación del otro.

Aquí, vale la pena citar de nuevo a Bertrand Russell, quien alguna vez dijo que apelar a la razón “era de una importancia suprema no sólo en las épocas en que ésta fácilmente prevalecía, sino también, y sobre todo, en aquellos tiempos en que ésta era despreciada y rechazada como el sueño vano de aquellos hombres que carecían de la virilidad suficiente para matar cuando no lograban ponerse de acuerdo”.

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