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La primera conclusión es que la minimalista es la paz posible con el Estado y la clase política que tenemos. La paz robusta será viable solo con cambios en el poder y el sistema político, impulsados desde la sociedad civil, los movimientos y los partidos, comenzando con las elecciones parlamentarias y presidenciales del próximo año.

La primera conclusión es que la minimalista es la paz posible con el Estado y la clase política que tenemos. La paz robusta será viable solo con cambios en el poder y el sistema político, impulsados desde la sociedad civil, los movimientos y los partidos, comenzando con las elecciones parlamentarias y presidenciales del próximo año.

La paz que se impuso esta semana fue la minimalista. Con la renuencia mezquina de la clase política a ceder una fracción de su monopolio en el Congreso y abrir la democracia a las víctimas, terminó prevaleciendo por ahora una de las tres visiones del posconflicto que había delineado en una columna anterior.

La primera era la versión robusta, la que veía en el acuerdo de paz algo más que la desmovilización de las Farc y su conversión en un partido político. Era robusta pero no maximalista: las reformas que proponía y que venían en el acuerdo no eran para transitar hacia el socialismo del siglo XXI, sino al Estado moderno del siglo XXI. Un Estado con un catastro completo de sus tierras, reglas de juego electorales que no excluyeran a regiones y poblaciones enteras de la periferia, y condiciones socioeconómicas que, según el consenso de las ciencias sociales, son esenciales aún para la democracia y la economía liberales, desde una equidad básica en la distribución de tierras hasta la presencia de la justicia y los servicios sociales en todo el territorio.

Del otro lado estaba la paz de las armas, la del posconflicto como triunfo militar sobre las guerrillas, que hasta el último momento defendió el uribismo con toda serie de maniobras parlamentarias para hundir la implementación del acuerdo. En el medio estaba una tercera posición, la de Cambio Radical y sectores del conservatismo y de la U, que sabían que tenían los votos decisivos en el Congreso y los usaron como saben: calculando hasta el último centavo sus beneficios electorales e inclinando la balanza por las reformas minimalistas que salieran del problema de las Farc sin ceder un milímetro en lo demás.

En la columna anterior, justo después del fallo de la Corte Constitucional que recortó el fast track, decía que la aritmética política del Congreso traduciría el fallo en una paz del mínimo común denominador entre la primera y la tercera visiones. Lamentablemente fue así (incluso cuando hay razones jurídicas para pensar que las 16 curules para víctimas sí fueron aprobadas con la mayoría necesaria en el Congreso y aún tienen chance de ser creadas, como lo ha mostrado el colega Rodrigo Uprimny).

Todo lo cual obliga a hacer nuevos balances y cuentas de cara a lo que viene. La primera conclusión es que la minimalista es la paz posible con el Estado y la clase política que tenemos. La paz robusta será viable solo con cambios en el poder y el sistema político, impulsados desde la sociedad civil, los movimientos y los partidos, comenzando con las elecciones parlamentarias y presidenciales del próximo año.

Lo cual implica que las elecciones venideras girarán alrededor de la paz. Ya no sobre si se acaba la guerra con las Farc, que es un logro inmenso del acuerdo, sino sobre el tipo de posconflicto que queremos. Mientras que el bloque de centro derecha y derecha extrema querrá mantener la paz minimalista, el de centro y centro izquierda buscará robustecer la paz y completar las reformas que ni la Constitución de 1991 ni el acuerdo alcanzaron.

La diferencia no la marcará la matemática, sino la política y la movilización ciudadana. Esa es la Y en el camino que nos espera el próximo año.

De interés: Paz / Posconflicto

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