Para Alba, las voces de las familias que defienden los derechos de sus hijos y sus hijas son muy potentes porque es algo que se hace desde el vientre y desde lo más profundo del corazón. | Cortesía
“Perdí a mi único hijo, pero gané muchos más”: Alba Lucía Reyes
Por: Dejusticia | mayo 6, 2023
Por María Mercedes Acosta*
La primera vez se amarró un lazo al cuello y se colgó de una viga. Cuando empezó a sentir asfixia, Andrés Gutiérrez -quien no había cumplido 20 años- se quitó el lazo con desesperación. Nunca imaginó que esta manera de intentar quitarse la vida, le implicaría pasar por esa angustiosa sensación, pensaba que rápidamente moriría. Esta, sin embargo, no era la primera vez que intentaba suicidarse. A los 17 años se había tomado un veneno para ratas, tiempo atrás había intentado cortarse las venas y en otra ocasión se había tomado 92 pastillas para el dolor. Milagrosamente siempre sobrevivió.
Fueron en total seis sus intentos de suicidio. Lo que más lo atormentaba de vivir era sentir que le atraían los hombres y percibir que su orientación sexual no era vista como algo “normal”. Cuando le contó a su mamá, se puso muy mal de saber que su hijo era homosexual. Su papá le dijo que prefería un hijo muerto que marica. Y como suelen hacer papás y mamás que desconocen que la orientación sexual no se elige ni se cambia a la fuerza, lo enviaron a psicología con la esperanza de que con terapia empezaran a gustarle las mujeres.
En el colegio la situación no era mejor. Le decían “florecita” y lo trataban en femenino. Y cuando Andrés habló en su casa del bullying que vivía, el consejo de su papá fue que respondiera con puños como “todo un macho”. En ese contexto, la idea del suicidio era cada vez más clara, pero cansado de que hasta en eso no le fuera bien, decidió que iría a la fija: se lanzaría de un puente de Villavicencio, ciudad en la que nació y creció. Escribió su carta de despedida.
El día elegido, Andrés miraba los carros pasar listo para lanzarse, cuando recibió una llamada inesperada. Su caso había llegado a oídos de Alba Lucía Reyes, fundadora y directora de la Fundación Sergio Urrego, organización que nació en 2015, después de que su único hijo, Sergio Urrego, se quitara la vida. María Paula Vega, psicóloga de la organización, era quien llamaba a Andrés. Antes de contactarlo, ya le había avisado a la policía y a una ambulancia.
Desde la Fundación, identificaron y contactaron a la mamá de Andrés y a sus amigos más cercanos. Por teléfono, María Paula logró convencerlo de que no saltara diciéndole que ella estaba con él y que no la fuera a dejar sola. Después de unos minutos de conversación, Andrés se bajó del puente y siguió hablando un largo rato con ella. Desde entonces, Andrés no ha vuelto a contemplar el suicidio. Por el contrario, le encanta despertarse y saber que está vivo y sentir el sol y el viento mientras monta en bicicleta.
Historias como la de Andrés llevaron a Alba a crear la línea salvavidas de la Fundación Sergio Urrego, atendida por profesionales en psicología y enfocada en prevención del suicidio de niños, niñas y jóvenes, la única en Colombia dirigida a esta población. Para esto, Alba pasó por una capacitación con el personal de The Trevor Project en Estados Unidos, línea de prevención de crisis y suicidios de jóvenes LGBTIQ en este país.
Para marzo de 2023 la línea ha atendido alrededor de 10.000 casos. En 2019, cuando empezó, atendieron 541 casos y en 2022 sumaron 3034. Anualmente la cifra aumenta mientras que disminuyen las edades de quienes intentan suicidarse, oscilando entre los 15 y 24 años, aunque han recibido casos de niños y niñas de seis años. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 40 segundos ocurre un suicido en el mundo. En Colombia, suceden alrededor de 2000 al año, en promedio siete al día, principalmente por depresión, por rechazo o por penas del corazón.
La idea de crear una fundación tiene su antecedente más determinante el 4 de agosto de 2014 cuando alrededor de las 8:30 de la noche Alba regresa a Bogotá de Cali de un viaje de trabajo y le avisan que Sergio, su único hijo, se había lanzado desde la terraza de un centro comercial. Su suicidio estaba motivado en la persecución que había vivido por parte de las directivas del Gimnasio Castillo Campestre, colegio en el que estudiaba.
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Sergio se les había convertido en una piedra en el zapato porque reclamó frente al hecho de que las directivas no repusieran las horas que perdían cuando el profesor no asistía a clase. En una reunión de padres de familia, Sergio dijo que Amanda Azucena Castillo, la entonces rectora del colegio, le había encargado las chaquetas de su promoción (2014) a un familiar de ella, a pesar de que resultaban más costosas que otras cotizaciones presentadas. En otra ocasión, cuando Sergio expresó su inconformidad con una decisión, un profesor le dijo que él no tenía derecho a opinar. Sergio le respondió que sí podía y se salió del salón. A esto se sumó el hecho de que el Gimnasio Castillo Campestre es confesional y Sergio se declaraba ateo.
Todo se complicó cuando el profesor de Educación Física decomisó el celular de una estudiante en el que había una foto en donde Sergio y su pareja, Danilo, alumno del mismo curso, se daban un pico. Las directivas le exigieron a Sergio y a Danilo contarles a sus papás que tenían una relación e instauraron una demanda penal contra Sergio, argumentando un falso acoso sexual hacia Danilo.
¿Crear una fundación?
Lo cierto es que después del suicidio de Sergio, cada día que pasaba Alba sentía con mayor intensidad el dolor de su ausencia. Desde entonces empezó a contemplar la idea de hacer algo para evitar que más casos como el de su hijo se repitieran. En 2015, justo un año después del fallecimiento de Sergio, una persona le dijo: “tú deberías crear una fundación”. A ella la propuesta le sonó.
Para aterrizar la idea, vinieron múltiples reuniones con activistas como Marcela Sánchez, directora de la ONG Colombia Diversa, el psicólogo Miguel Rueda y el abogado Mauricio Albarracín. La Fundación Sergio Urrego quedó legalmente constituida el 15 de agosto de 2015, justo para el primer aniversario del fallecimiento de Sergio. Vinieron cuatro años en los que Alba trabajó de manera paralela en una caja de compensación y en la fundación, hasta el día en que una jefe suya le dijo: “ya deberías dedicarte de lleno a tu fundación”. Siguió su consejo.
El propósito estaba claro: que la historia de su único hijo no volviera a suceder, no solo por discriminación por orientación sexual o identidad de género, sino por ser migrante, campesino o afro, entre otros. Así, las líneas de acción de la Fundación quedaron claras: la prevención del suicidio y de la discriminación de niños, niñas y jóvenes, lo que incluye certificar a los colegios que cumplan con prácticas de inclusión. Hasta el momento la Fundación ha certificado a cuatro colegios por sus prácticas de inclusión.
Este 2023 la Fundación incluyó una tercera línea de acción: incidencia política. Sueñan con lograr implementar la legislación existente en Colombia sobre educación de calidad, no discriminación, no desescolarización y prevención de suicidio. Ahora, el reto más grande que tienen es subsistir porque en Colombia no son muchos los recursos destinados a la prevención del suicidio y al cuidado de la salud mental.
Otro, lograr que la inclusión y el respeto por la diversidad empiecen desde la casa porque para Alba fueron muy reveladoras las marchas multitudinarias de 2016 contra la llamada “ideología de género”. No entendía muy bien por qué papás y mamás marchaban contra una educación de calidad para sus hijos e hijas. Desde entonces, aunque ella no se atribuyó el título, es reconocida como “una mamá activista”. Muchos niños, niñas y jóvenes la llaman “mamá” y ella los siente como sus hijos e hijas. “Yo perdí a mi único hijo, pero gané muchos más”.
Para Alba, las voces de las familias que defienden los derechos de sus hijos y sus hijas son muy potentes porque es algo que se hace desde el vientre y desde lo más profundo del corazón. Es algo visceral. Y aunque ella está lejos de ser una cristiana fundamentalista como Mary Griffith, la mamá de la película “Plegarias por Bobby”, es inevitable no asociarlas. Las dos perdieron a sus hijos LGBTIQ por discriminación, hecho que las llevó a convertirse en “mamás activistas”. Griffith en la organización PFLAG (Padres, Familiares y Amigos de Lesbianas y Gais) donde logró entender que el Dios en el que cree no tenía nada que curarle a su hijo y Alba Reyes en la Fundación Sergio Urrego donde la mueve el amor por seguir salvando vidas.
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(*) Editora de Sentiido y colaboradora de Dejusticia