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Personalizado internet
Por: Sebastián Villamizar Santamaría | enero 11, 2014
Atrás quedaron los días que teníamos, quienes vemos ahora más la ciber pantalla que la telepantalla, que esperar todo el segmento de los comerciales en la tele, que promocionaban jabones de cocina, muñecas, muñecos y novelas por igual. Ahora, nuestros datos en línea son utilizados por distintas compañías para ofrecernos cosas que nos interesan o que al menos nos deberían interesar.
A mí, por ejemplo, en mi página de Facebook me sugieren becas en el exterior, backtones cristianos, el cursito de inglés online (sí, el de la propaganda) y, como de alguna manera se enteraron que subí varios kilos en las festividades, me ofrecen fajas reductoras. Gmail hace lo mismo, y los trinos sugeridos para mí en Twitter son del mismo estilo, y ya estoy considerando seriamente ir al spa ese que me ofrecen. Y si esto lo saben por los clicks que hago (tengo intereses bastante eclécticos en la Red), no me imagino lo que saben con las personas que tienen gustos todavía más especializados.
Algo parecido pasa con las noticias. Como a mí me gusta el mundo pop, a cada rato recibo o me aparece el nuevo escándalo en Hollywood, el nuevo video viral y, cuando se descacha el algoritmo, algo de actualidad no light. Así es que me enteré de la ola de frío que supera los récords en EE. UU., de la destitución de Petro y de la nueva pelea entre Santos y Uribe. Si el algoritmo no se descachara, sólo sabría cosas de la Kardashian o el hombre con dos penes y no sabría qué pasa más allá de lo que mi computador me sugiere que vea y lea.
Las implicaciones de este acceso vuelven a traer el fantasma de la privacidad (o la falta de ella, mejor) en la Red, que estuvo tan de moda el año pasado. Entre los Snowdens, Assanges, reencarnaciones de la Ley Lleras y filtrados de Snapchats, entre otras noticias, sabemos que cada clic, cada búsqueda e incluso cada cosa digitada que no se publica está guardada en bases de datos a las que alguien puede acceder. Se ha hablado de ese alguien como las agencias de inteligencia o hackers, pero se le han parado menos bolas a las agencias de publicidad y mercadeo.
Esto quizá no sea un problema para muchos. Al fin y al cabo, ahora tenemos la posibilidad de no tener que ver el comercial del nuevo aroma floral de un ambientador. Pero no sé, creo que esa especialización es sólo el primer paso a la completa apatía. Si sólo veo lo que el computador cree que me gusta, y le hago caso, entonces voy a perderme de conocer otros mundos, otros contenidos.
Esa separación se agrava al saber que ahora hay programas de computador que permiten “clasificar” a una persona en un grupo determinado, con comportamientos particulares. Y así pareciera que no estaríamos tan lejos de vivir lo que imaginó Huxley en su Mundo Feliz o en una sociedad de castas, con cada individuo destinado a vivir de cierta manera, con ciertos gustos, con ciertos conocimientos y, sobre todo, sin tener que hablar con nadie más.
Por eso quisiera que Internet no fuera tan personalizada sino que sea más como el mundo de afuera, donde uno desgraciadamente tiene que ver a otras personas y hablar con ellas, para enterarse de lo que pasa en sus vidas y en el resto del planeta sin estar encerrado en la burbuja de comodidad ciega de la telepantalla. O no. Tal vez la apatía derivada de ese encerramiento sea el secreto de la felicidad, la de Huxley o la de Colombia en el 2013.