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Procurador por nocaut
Por: César Rodríguez Garavito (Se retiró en 2019) | diciembre 4, 2012
Hay que reconocerlo: en el Congreso, la vieja política del procurador Ordóñez le ganó por nocaut a la nueva de las redes sociales, la opinión independiente y las organizaciones ciudadanas.
Con reflejos de pugilista, algunos progresistas reaccionaron ágilmente, buscando a los culpables en los laberintos clientelistas que el procurador conoce de memoria. Los encontraron en el lugar más obvio: el Partido Liberal, con Simón Gaviria a la cabeza, que le vendió el alma al cielo. Basta entrar un momento a Twitter para ver que el liberalismo es el saco de arena preferido en el que desfogan sus jabs los activistas digitales.
Tienen toda la razón los críticos del liberalismo, que no merece ni su nombre ni nuestros votos. Pero echarle la culpa a la vieja política —o peor, a “los políticos” en general— es no aprender del episodio. Es salir con la guardia baja (y volver a perder) al siguiente round, que probablemente será la votación de Gerlein y compañía sobre la ley de matrimonio igualitario.
Si hay algo que enseñan los hechos recientes es que existe una corriente vital de ciudadanos dispuestos a movilizarse por un país transparente e incluyente, pero cuya influencia será limitada mientras no permee la política convencional. Esa es la lección del declive del movimiento Occupy, el ícono de la movilización descentralizada de las redes sociales. A un año de las protestas de Wall Street, es claro que el movimiento se deshizo porque no supo combinar su activismo callejero y digital con la influencia en las instituciones y las votaciones que decidían las causas que defendía. El problema es que Occupy “simplemente se negó a involucrarse con el mundo exterior” —escribió Joe Nocera en el New York Times—, “y se rehusó a untarse las manos hablando con políticos”.
Cuando la politiquería alcanza los extremos que se vieron en la reelección del procurador, es entendible querer refugiarse en la antipolítica, en esa cámara de eco que son los blogs y los trinos de gente que piensa (y vive) como uno. Pero el costo es ser ineficaz, como puede suceder con las versiones criollas de Occupy, desde la MANE hasta el movimiento por el matrimonio igualitario.
Tampoco bastan los medios independientes, como quedó a la vista tras la avalancha de denuncias de la prensa sobre clientelismo en la Procuraduría. Ni siquiera en casos más publicitados, como la parapolítica, las investigaciones periodísticas cambiaron la realidad política. Como lo muestra un estudio fascinante de Leopoldo Fergusson, Juan Vargas y Mauricio Vela, los señalamientos de los medios no afectaron los resultados electorales de los parapolíticos que se lanzaron al Congreso. Cuando las denuncias se conocieron antes de los comicios, los parapolíticos simplemente reforzaron su campaña en los municipios donde las instituciones son más débiles y el voto comprado o intimidado más frecuente. Así que los medios son vitales, pero se quedarán cortos “hasta que las instituciones complementarias de la democracia estén suficientemente fortalecidas”, como concluyó Fergusson.
Esas instituciones —el Congreso, la Presidencia, las alcaldías, la Registraduría, la Procuraduría misma— se fortalecen sólo si el progresismo ciudadano hace la tarea de construir organizaciones, movimientos y partidos que influyan en ellas, además de seguir opinando y denunciando. Eso implica prestar atención a temas menos taquilleros que la reelección del procurador, desde la reforma electoral hasta la reforma a la salud. Y también pensar seriamente en una nueva corriente política que canalice la energía que despilfarró la ola verde, y que ninguno de los partidos existentes —ni de derecha ni de izquierda— puede recoger.
Como los boxeadores que entrenan solitarios, la movilización ciudadana puede estar peleando contra su propia sombra. Y esa pelea no se puede ganar.