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Reagan y Obama
Por: Mauricio García Villegas | Enero 23, 2009
Algo parecido dijo Barak Obama esta semana en su discurso de posesión: “Si bien los problemas que tenemos son nuevos, la solución que necesitamos viene de nuestros ancestros”. Así pues, ambos presidentes invocan el pasado cuando de superar los problemas del presente se trata.
Pero no se refieren al mismo pasado. El de Obama tiene límites temporales precisos. Va de 1933 a 1969, es decir, desde la Gran Depresión hasta Richard Nixon. Estos fueron los años del predominio liberal en los Estados Unidos. Los mismos que empezaron con la presidencia de F. D. Roosevelt y con la creación de un Estado fuerte, interventor, recolector de impuestos, defensor de los sindicatos y destinado a la protección de los más necesitados. En este período, conocido como el del New Deal, se creó un Estado —el Estado de Bienestar— que impulsó el surgimiento de una enorme clase media y de una sociedad sin mayores diferencias entre ricos y pobres.
Reagan, en cambio, añoraba un pasado más lejano, de finales del siglo XIX y en todo caso anterior a la época de la Gran Depresión, cuando el Estado era pequeño, casi no existían los impuestos y la sociedad era conservadora, religiosa y tradicionalista. Durante su carrera política, Reagan combatió el comunismo y el New Deal, a los cuales solía confundir en un mismo enemigo público. Por eso, en nombre de la libertad, desmontó lo que quedaba del sistema de seguridad social, bajó los impuestos de los ricos y redujo el Estado a su mínima expresión. Con esas políticas no sólo triunfó el mismo Reagan, quien fue reelegido en 1985, sino que sus ideas dominaron el escenario político durante casi 30 años. George W. Bush fue el último representante de esa camada política que quiso borrar el siglo XX.
En un libro fascinante titulado The Conscience of a Liberal (2007), Paul Krugman, Premio Nobel de Economía y columnista de este periódico, explica la evolución de los Estados Unidos a través de estos tres períodos: antes del New Deal, durante y después. Krugman sostiene dos tesis sorprendentes. La primera es que fueron las decisiones políticas y no las condiciones económicas —como suele creerse— las que explican el paso de un período al otro. La segunda es que el desmonte del Estado de Bienestar y de la clase media no se explican tanto por la influencia de las ideas conservadoras contra el intervencionismo estatal —como también se cree— sino por el racismo, es decir, por la tozuda oposición de los blancos —sobre todo en el sur— a la creación de un sistema asistencialista destinado a proteger a los negros pobres.
El libro de Krugman hace ver aún más grande la victoria de Obama. No sólo derrotó a Bush y a su desastrosa política económica, sino que acabó con una ética pública que ha dominado en los Estados Unidos y en buena parte del mundo durante las últimas tres décadas.
Bueno, en honor a la verdad, todavía no lo ha hecho. Sólo ha dicho, con su prosa efectiva y elocuente, que hay que acabar con esa manera de gobernar irresponsable y sesgada en favor de los más ricos. Ya veremos si lo logra. Después de todo, como se dice, las candidaturas se hacen en verso y los gobiernos en prosa.