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Reglas de bolsillo
Por: Mauricio García Villegas | enero 2, 2009
DOUGLASS NORTH, PREMIO NOBEL de Economía, sostuvo alguna vez que el pobre desarrollo económico de América Latina, en comparación con el de los Estados Unidos, se explica, en buena parte, por la manera como desde hace cinco siglos la gente y las instituciones conciben las leyes en este continente.
En las colonias británicas las leyes siempre eran claras e iguales para todos; en las hispánicas, en cambio, o bien no eran claras, o cuando lo eran, se aplicaban según las circunstancias. Eso explica —dice North— que mientras las élites en los Estados Unidos se dedicaron a competir por el mercado, en América Latina se dedicaron a competir por el Estado, manipulando el sentido de las normas y apropiándose de los recursos públicos.
Pero los Estados en América Latina, o mejor, los gobiernos, no son simples víctimas de esta cultura de la seudolegalidad, o por lo menos no son sólo eso. También son sus promotores. Así, gobernantes y gobernados reproducen los mismos comportamientos en una especie de aprendizaje —y de justificación— recíproco de la ilegalidad.
El gobierno colombiano actual, por ejemplo, se ha vuelto un experto en el arte de acomodar el sentido de las leyes a sus intereses políticos: los falsos positivos, la yidispolítica, el abuso del símbolo de la Cruz Roja Internacional, el caso Tasmania, el trámite de la reelección, el contenido del proyecto de reforma política, son sólo algunos de los ejemplos de 2008 que ilustran esta práctica. Pero me voy a limitar al más reciente de todos, al de la semana pasada: el congelamiento del precio de la gasolina.
Desde hace muchos años el precio de la gasolina fluctúa con el precio internacional del petróleo. La misma regla existe en los Estados Unidos; sin embargo, en ambos países ella se aplica de manera diferente. A mediados de agosto de 2008 el galón de gasolina valía casi cuatro dólares en los dos países. En los últimos dos meses el petróleo ha perdido más de la mitad de su valor. Esta reducción, como era de esperarse, ha tenido efecto en los Estados Unidos y por eso allí el galón cuesta hoy menos de dos dólares; pero en Colombia el Gobierno decidió otra cosa: congelar el precio y embolsillarse lo que le sobra, lo cual es tanto como crear un impuesto adicional e ilegal (algo similar ha pasado con la regla bancaria del 4 por mil, con muchas normas tributarias y con el estado de emergencia económica. Las normas se expiden por una razón y cuando dicha razón se extingue, las normas siguen como si nada).
Buena parte de la teoría sobre el desarrollo económico que se ha escrito durante las últimas décadas —incluido lo dicho por D. North— ha mostrado cómo parte esencial de la receta que un país necesita para desarrollarse está en la promoción de una cultura del cumplimiento de reglas. Allí donde las reglas son inciertas no sólo todo es más costoso, sino que los incentivos para hacer trampa aumentan y muchos incumplen. Se crea un círculo vicioso en el que finalmente todos pierden, incluso los tramposos, que dejan de tener reglas e instituciones para manipular.
La única manera de bloquear este círculo vicioso es exigiendo que los gobiernos den ejemplo y cumplan a cabalidad con lo que dicen las leyes. Esperemos con la inocente ilusión de estos días nuevos, que este año el Gobierno sí cumpla.