|
Regreso al pasado
Por: Mauricio García Villegas | Noviembre 18, 2005
El 26 de Agosto de 1789, hace más de dos siglos, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, promulgada en Francia, prohibió la discriminación fundada en el origen social y estableció la igualdad entre todos los seres humanos. Desde entonces, ha habido en Francia avances económicos extraordinarios que han reducido la brecha entre las clases sociales. Se cree por eso que la discriminación por razones de clase social es asunto del pasado, del Antiguo Régimen, y que si algo de ello persiste hoy día es un reducto cultural en el que la identidad -por ejemplo de las estudiantes musulmanas que portan el velo en los colegios- no es plenamente reconocida. La discriminación cultural en Francia sería algo así como el último escollo que le queda por superar a una sociedad que no ha hecho sino avanzar hacia la igualdad, según lo presagiaba Tocqueville.
Las dos semanas de violencia que ha vivido Francia muestran que nada de esto es cierto y que la discriminación por razones de clase social no es un fenómeno del Antiguo Régimen, sino del presente. Un presente gobernado por un egoísmo casi salvaje, ante el cual incluso los viejos y dignos Estados europeos han tenido que ceder, y debilitar, cuando no desmontar, las políticas sociales, y abandonar, cuando no expulsar, a quienes no se integran a los círculos económicos.
Se calcula que en el París metropolitano (I’Île-de-France), que es la región más rica de Francia y una de las más ricas de Europa, uno de cada 10 habitantes vive por debajo de la línea de pobreza.
La escuela pública y el mercado, que habían sido los dos mecanismos esenciales de integración social, han fracasado en estos suburbios. La primera por la mala calidad que allí tienen los colegios públicos, y el segundo porque los inmigrantes son discriminados en el momento de buscar trabajo.
Los revoltosos de los suburbios son en su mayoría jóvenes, hijos de inmigrantes de las ex colonias francesas, que no encuentran trabajo, ni reconocimiento ciudadano. Viven en ghettos en donde reinan la miseria y la marginalidad social. ¿Protestan como musulmanes o como pobres? Como ambas cosas, sin duda. La discriminación que sufren es mucho más que cultural, es económica y cultural al mismo tiempo.
La cultura no es el agregado amable y campechano de las relaciones sociales. La cultura es un arma poderosa de diferenciación social y económica. Los pobres no se visten como se visten, no hablan como hablan, no tienen los gustos que tienen, etc., sólo porque son pobres, sino que, además, son pobres porque hablan como hablan, se visten como se visten, etc.
Las causas por las cuales se discrimina a alguien -sexo, raza, clase, religión- suelen venir juntas: los árabes de Francia suelen ser musulmanes, pobres y en la mitad de los casos, mujeres. No es una coincidencia que en ellos se concentren todos estos rasgos. Y justamente porque no es una coincidencia, los debates sobre la discriminación cultural en Francia -el del porte del velo, por ejemplo- son en buena medida falsos debates que esconden las conexiones estructurales entre las diferentes causas de la discriminación. Por eso es que es tan difícil salir de una situación de exclusión. Porque la discriminación en un aspecto refuerza la del otro, y viceversa.
Esta es la segunda vez, en menos de seis meses, que se encienden las alarmas de la sociedad francesa contra la política económica y el desmonte del Estado social en Francia. La primera tuvo lugar en mayo pasado, durante la votación del referendo a la Constitución europea. En medio del desastre que significan ambas alarmas, ellas pueden servir quizá para despertar la conciencia humanitaria francesa, la misma que inspiró la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789, y la misma que podría defendernos de este regreso al pasado -con todos los peligros del presente- en el que nos han embarcado las elites políticas y económicas dominantes del mundo.