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Saramago y su perorata
Por: Danilo Rojas (Se retiró en 2019) | julio 27, 2007
Con ocasión de la reciente visita de José Saramago a Bogotá y de su publicitada conversación sobre lo divino y lo humano con la escritora Laura Restrepo, el premio Nobel de literatura 1998 se ha vuelto a poner de moda. No sólo se han disparado las ventas de sus libros ?no sé si su lectura?, en especial sus pequeñas memorias, sino que sus opiniones han sido motivo de uso y diatriba por nuestra crítica nacional.
En realidad, Saramago no dijo nada nuevo en su conversación con Laura Restrepo: que es comunista, ateo y demócrata. Pero, sobre todo, sobresale su actitud irónica y crítica aun frente a las cosas que reivindica. Esto lo saben los lectores de sus ensayos, cuentos y novelas, así como de las tantas entrevistas que ha concedido en varias partes del mundo. En primer lugar, Saramago reclama un carácter comunista más allá de la mera opción política: ?ser comunista, o de izquierda, es un estado del espíritu?, le dijo a Maria Paulina Ortiz (El Tiempo, julio 9-07); o lo que es peor: la causa real es ?una hormona que me impone una obligación ética?, como le dijo a un periodista francés ?Bernard Pívot? y le repitió luego a uno argentino ?Jorge Halperín? (Saramago. ?Soy un comunista hormonal?, Editorial Oveja Negra, 2002).
A partir de allí, Álvaro Camacho Guizado le atribuye a Saramago también la significación más política de la noción: ?una forma de gobernar?, definida como el poder en las ?clases subalternas?, de modo que ?puedan superar las condiciones que los han hecho subalternos, dominados, explotados y vejados? (El Espectador, julio 22-28 de 2007).
Pero ello no le ha impedido a Saramago ser implacable con el comunismo y la izquierda, en especial la europea, que define como ?campo de ruinas?, sin ideas ?que reúnan a la gente?, según le dijo a Halperín; o como algo que ?no ha existido nunca en ningún país?, si bien ?es una posibilidad?, que no una utopía, como le contó a Yamid Amat (El Tiempo, julio 15-07). Con todo, ser comunista es un título que en esta entrevista no le quiso conceder a la guerrilla de las Farc: ?Ahora mismo son bandidos, narcotraficantes, antipatriotas? un ejército de bandidos, narcotraficantes y secuestradores?.
A su ateísmo se le ha enfrentado el interés por la vida la vida de Jesús, en El evangelio según Jesucristo. Saramago, interesado menos en un Dios y más en las religiones, es uno de los críticos más ácidos del engaño de tantas Iglesias, basado en la constatación de las guerras hechas en nombre de Dios y las religiones: desde las bíblicas hasta las más recientes del Oriente Medio, pasando por Las Cruzadas medievales. Lo que le ?confesó? a Laura Restrepo lo ha dicho en muchas ocasiones; también a Halperín: ?las religiones, todas ellas, no han hecho nunca nada para acercar a los seres humanos. Al contrario, una religión es motivo de división?.
Pero creo que lo más importante en las reflexiones no literarias de Saramago son las relacionadas con la democracia y el ejercicio de la ciudadanía. Aun antes del Ensayo sobre la Lucidez ?la crítica más importante a la democracia formal?, el Nobel ya daba lora con su perorata contra esta falacia democrática, en especial porque se trata de algo sobre lo cual no se discute, sino que se da como un estado de cosas que está bien. En el texto de clausura del Foro Mundial Social reunido en Porto Alegre (Brasil) en 2002, volvió con su credo: ?urge promover un debate mundial sobre la democracia y las causas de su decadencia? (Ver ?Este mundo de la injusticia globalizada?, en Palabras para un mundo mejor, Madrid, 2004), para evitar que los gobiernos no sean más que ?comisarios políticos del poder económico?, como también le dijo a Halperín.
Pero, independientemente de que lo predique Saramago con tanta vehemencia, ¿será que todavía podemos creer que la democracia plena existe? Que eso lo digan ?no sé si lo crean? los políticos en general, lo crean los ingenuos y lo quieran hacer creer los interesados en que la democracia se reduzca a la mera representación política ?especialmente los gremios con poder económico?, no tiene por qué sorprendernos, pues al cabo es lo que ha ocurrido desde que el mundo es mundo ?como diría Saramago?; pero que personas responsables y agudas como mi admirada y respetada Marianne Ponsford quiera, en serio, tragarse ese sapo, es realmente preocupante.
Sería como pensar que los escritores y pensadores comprometidos se forman sólo en la Universidad (academia formal). Saramago es la mejor muestra de esa antípoda, pues es un hombre materialmente cabal y lúcido, que ha hecho de su vida un compromiso con los derechos humanos, a despecho de su escasa formación escolar ?tradicional, formal y típica?. Creo que no podía ser de otra forma, para alguien que formalmente debería llamarse José Sousa, pero que materialmente es Saramago. Y no es un chiste, pues su propia vida está tocada de esa ironía. El suyo, por ejemplo, es ?el único caso, en la historia de la humanidad, en que el hijo le dio el nombre al padre? ?Las pequeñas memorias?, pues, créase o no, ?Saramago? no es más que un apodo que en su natal Azinhaga (Portugal) se le enchapó a la familia de Sousa, a la cual, en realidad, José pertenece; todo por culpa del funcionario de registro que, borracho, no tuvo problema en añadir el apodo al nombre José de Sousa. Para evitar problemas escolares, más tarde, su contrariado padre debió añadirse el Saramago para evitar que el futuro escritor pasara por bastardo.
El Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (DeJuSticia) (www.dejusticia.org) fue creado en 2003 por un grupo de profesores universitarios, con el fin de contribuir a debates sobre el derecho, las instituciones y las políticas públicas, con base en estudios rigurosos que promuevan la formación de una ciudadanía sin exclusiones y la vigencia de la democracia, el Estado social de derecho y los derechos humanos.