Que una organización feminista como Evas y Adanes lleve desde 2015 en Riohacha ha sido una prueba de persistencia y resistencia. Sin embargo, entre los retos de la organización está ser sostenible económicamente para seguir siendo ese oasis de esperanza y de transformación en La Guajira. | Cortesía
Ser una organización feminista es todo un reto en Riohacha
Por: Dejusticia | mayo 27, 2023
Por: María Mercedes Acosta (*)
Ana Teresa Puente, economista, nació y creció en Riohacha, la capital de La Guajira. Uno de los recuerdos que más se le vienen a la mente cuando piensa en esta ciudad, ahora que vive en Barranquilla, es la incomodidad que sentía a los 13 años al salir de su casa. Sabía que sin falta los vecinos le dirían: “adiós, mi amor”, “chao, bonita” y otra serie de frases propias del acoso callejero. Ella se sentía intimidada, nerviosa, casi sin poder caminar.
Al crecer, entendió que esta era una práctica habitual en muchos hombres y en diferentes cuadras de su ciudad. En el sector donde vivía y en otros, también era común que algunos hombres tocaran a las mujeres sin que nada pasara, tal cual como sucede en tantas otras ciudades de Colombia. Quienes veían la situación, solo decían: “fulanito le tocó las nalgas a fulanita”. Y se reían. “Yo crecí en una ciudad en donde muchos hombres se sienten dueños de los cuerpos de las mujeres. Y se indignan si uno les dice que no es así”, señala Ana Teresa, quien también recuerda ver a amigas, a vecinas y a familiares suyas diciendo: “al hombre hay que atenderlo y tenerle la comida lista para evitar problemas”.
Riohacha, la misma ciudad en donde buena parte de las autoridades no hablan de “violencia de género” sino de “violencia intrafamiliar” e intentan hacer conciliaciones con la denunciante porque son compadres del victimario. Según cifras de ONU Mujeres, en 2021 se registraron 472 casos de violencia de género en esta ciudad, 151 corresponden a mujeres extranjeras, venezolanas en su mayoría, debido a prejuicios y a las dificultades de acceso a servicios. La violencia que predomina es la física y, la siguiente, la sexual.
De acuerdo con el observatorio de igualdad de género de La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), entre 2019 y 2022 se documentaron 325 delitos sexuales en La Guajira que incluyen desde acoso verbal hasta penetración forzada, violencias en su mayoría ejercidas por personas cercanas a la víctima como parejas, ex, familiares, amigos y conocidos.
A esto se suma que, según cifras del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), en La Guajira, desde 2019, se han atendido al menos 250 casos de explotación sexual de niñas, niños y adolescentes: 45 por ciento migrantes, 14 por ciento indígenas y 88 por ciento niñas. Una de las causas asociadas a la explotación sexual en esta zona es la alta migración, aprovechada por grupos ilegales que controlan actividades delictivas como la trata de personas.
De acuerdo con Ana Teresa, el tema no es que en Riohacha haya más o menos machismo, violencia de género o explotación sexual que en otras ciudades de Colombia, de hecho no es una de las ciudades que encabece estos listados, pero sí existen unas particularidades, además de los procesos migratorios, que dificultan la cotidianidad de mujeres, infancias y personas LGBTIQ. Por ejemplo, en esta ciudad todavía circulan los llamados “pasquines”, contenidos que años atrás eran impresos y fotocopiados, y se difundían en colegios y otros espacios cerrados, pero que ahora son virales a través de WhatsApp. Se trata de documentos que describen, con nombres y apellidos, la supuesta vida sexual de las mujeres de la ciudad.
Desde su adolescencia, Ana Teresa estuvo vinculada a voluntariados y trabajos relacionados con educación sexual y derechos humanos. Por eso, apenas conoció una iniciativa ciudadana liderada por Fabrina Acosta, psicóloga, con quien había trabajado en la Secretaría de la Mujer del Atlántico, no dudó en sumarse. Fabrina, al igual que Ana Teresa, sentía una profunda incomodidad con muchas desigualdades de La Guajira, así que un día de 2012 le apostó a liderar campañas como “piensa tu voto” y “hablando miércoles”, coordinando los contenidos de infancias y género.
Con el tiempo, Fabrina decidió escribir sobre las “recetas” o las “fórmulas de vida” que, supuestamente, las mujeres deben cumplir. De ahí nació su primer libro: “Mujeres sin receta”. Después vino el segundo: “Evas culpables, Adanes inocentes”, con el que buscaba expresar que ni Eva es culpable ni Adán inocente, a propósito de la creencia de que Adán fue manipulado por Eva.
Para Ana Teresa Puente, lo mejor de esas iniciativas ciudadanas que incluían foros y reflexiones alrededor de los libros de Fabrina, fue encontrarse con personas profesionales de La Guajira, interesadas en trabajar por el departamento. “Suele pasar que al no haber mucha oferta de formación profesional en La Guajira, quienes cuentan con los recursos, estudian por fuera y no regresan a trabajar por el territorio”.
Al ver que las iniciativas y campañas tomaban fuerza y que no había muchas relacionadas con feminismo en la región, en 2015, Fabrina, Ana Teresa y otras personas, decidieron formalizar su trabajo por la equidad de género y la no violencia contra las mujeres, bajo el nombre de Asociación Evas y Adanes. Con el paso del tiempo, han empezado a definirse como una organización que aporta al cambio social a través de la pedagogía y las comunicaciones.
El nombre de la organización está inspirado en un libro del escritor uruguayo Eduardo Galeano que parafraseando sería: si Eva hubiera escrito el Génesis, la primera noche no habría sido como Adán la cuenta y tampoco pariría con dolor. “Esas serían mentiras que Adán le contó a la prensa”, dice Galeano. “Evas y Adanes”, además, les parecía un nombre polémico para una organización feminista.
Uno de sus primeros logros fue tener un espacio en vivo en la emisora de la Universidad de La Guajira para hablar de género. Posteriormente, el programa empezó a salir a manera de podcast. Desde entonces, entidades como la Fiscalía, Medicina Legal y distintos medios de comunicación empezaron a consultarlas con frecuencia.
Entre sus eventos más concurridos está el foro “Tejiendo Esperanzas por La Guajira”, en Bogotá, que reunió a personas influyentes de este departamento. Para mucha gente, los eventos de Evas y Adanes son transformadores. Para la muestra, el caso de la acordeonera María Silena Ovalle, quien a pesar de sus múltiples compromisos y de su más de un millón de seguidores en Instagram, dice: “para mí ir a un foro de Evas y Adanes es prioritario en mi agenda”.
En una oportunidad, mientras que en Valledupar tenía lugar el Festival de la Leyenda Vallenata, Evas y Adanes organizó una agenda paralela en el Centro Comercial Guatapurí con mujeres acordeoneras. Al final, un hombre conmovido tomó el micrófono y dijo: “voy a comprarle un acordeón a mi hija porque yo era de los que decía que ella no se iba a volver un marimacho”. Hoy su hija es uno de los talentos de la ciudad. Un día, un señor les dijo a las integrantes de Evas y Adanes que él tenía por costumbre disparar al aire cada vez que se emborrachaba pero que desde que asistía a sus foros, había dejado las dos prácticas.
Fabrina, incluso, se considera un indicador de éxito de la organización porque le permitió reconciliarse con sus derechos sexuales, tener la firmeza para decir: “no quiero ser mamá”, poder hablar abiertamente con su familia de temas que antes no se tocaban y dejar de sentir presión por ser heterosexual sino poder reconocerse como queer o pansexual.
En buena medida, aseguran sus fundadoras, el crecimiento de Evas y Adanes radica en que ha ido permeando espacios y personas con sutileza, evitando los discursos polarizantes. “Si el tono inicial de la organización hubiera sido más fuerte e impositivo, no hubiéramos logrado lo que hemos conseguido. Esa sutileza ha sido la puerta de entrada para ir conquistando escenarios. Pero ya es necesario ser más atrevidas, no solo compartir conocimiento, sino nuestra visión de mundo y fijar más nuestra posición. Dejar claro que los derechos humanos no son temas de opiniones ni de estar o no de acuerdo sino algo propio de todos los seres humanos”, señala Ana Teresa Puente.
Actualmente la organización tiene tres líneas de acción: una académica en la que han participado en eventos y en la investigación y formulación de políticas públicas y de cartillas con Naciones Unidas. También han trabajado con las facultades de Etno-Educación, Administración Turística y Hotelera y de Trabajo Social de la Universidad de La Guajira en las que no era fácil hablar de género.
La segunda línea es la pedagógica que incluye el podcast, jornadas educativas sobre género y derechos en escuelas y comunidades indígenas, y la organización de eventos como TED X Riohacha y de foros como “tejiendo nuevas realidades para la Guajira”.
Que una organización feminista como Evas y Adanes lleve desde 2015 en Riohacha ha sido una prueba de persistencia y resistencia. Sin embargo, entre los retos de la organización está ser sostenible económicamente para seguir siendo ese oasis de esperanza y de transformación en La Guajira.
(*) Editora de Sentiido y colaboradora de Dejusticia
(**) Este artículo hace parte del especial #TejidoVivo, producto de una alianza periodística entre el centro de estudios Dejusticia y El Espectador.