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Sobre historia política

EN ESTAS VACACIONES ESTUVE LEyendo textos de historia política latinoamericana. No voy a usar esta columna, estimado lector, para hacer una síntesis de lo que leí, ni mucho menos para escribir un ensayo sobre democracia en América Latina. Me voy a permitir, eso sí, mostrar la impresión que me dejaron esas lecturas de nuestro propio régimen político.

Por: Mauricio García VillegasEnero 16, 2009

En estas vacaciones estuve leyendo textos de historia política latinoamericana. No voy a usar esta columna, estimado lector, para hacer una síntesis de lo que leí, ni mucho menos para escribir un ensayo sobre democracia en América Latina. Me voy a permitir, eso sí, mostrar la impresión que me dejaron esas lecturas de nuestro propio régimen político.

Una de las particularidades de Colombia es que aquí nunca prosperaron ni los regímenes militares, ni los populistas. Muchos han visto en esto una muestra de la fortaleza de nuestras instituciones democráticas. Sin embargo, creo que este optimismo es difícil de sostener. Es cierto que al no haber tenido ese tipo de gobiernos nos ahorramos algunos problemas, pero también perdimos oportunidades valiosas.

Aquí sólo me voy a referir al populismo, que es un régimen político caracterizado por establecer una estrecha relación entre el gobernante y las masas populares, en detrimento de los partidos y de la representación política tradicional. Regímenes de este tipo hubo, por ejemplo, en Argentina con Juan Domingo Perón y en Brasil con Getulio Vargas. En Colombia estuvimos a punto de tener uno, si no hubieran asesinado a Jorge Eliécer Gaitán, que estaba llamado a ser su principal promotor.

El populismo fue, a mediados del siglo, un antídoto contra la violencia (así lo fue en Venezuela, por ejemplo). Si Gaitán hubiese sido presidente es muy probable que La Violencia no hubiera ocurrido. Pero esa no fue su única virtud; el populismo, además, facilitó el acceso de las clases populares y de los movimientos sociales al poder, lo cual se tradujo en políticas que redujeron la desigualdad. En segundo lugar, permitió la participación de la parte más liberal y más preparada de la burguesía. De esta manera, se creó una especie de alianza entre élites progresistas y clases populares, lo cual incrementó el desarrollo y la legitimidad.

Nada de esto sucedió en Colombia. No sólo Gaitán no llegó al poder —y nos ganamos una guerra civil—, sino que se fue creando un régimen dominado por las clientelas políticas, a espaldas de los movimientos sociales y de la burguesía liberal. Así, sin sectores populares, ni tecnocracia progresista, el proyecto modernizador fue fácilmente desplazado por otro proyecto defensor del statu quo, clientelista y desconfiado de los que más saben. Políticos progresistas y preparados como Lleras Camargo, Lleras Restrepo y Luis Carlos Galán terminaron derrotados frente a políticos hábiles, rústicos e inescrupulosos como Turbay Ayala, Ernesto Samper y Álvaro Uribe.

No quiero terminar esta columna dando la impresión de que el populismo es una panacea, menos aún cuando se presenta con los visos autoritarios que se aprecian hoy en Venezuela. Lo que quiero decir es que la estabilidad institucional tampoco es una virtud —es una condición necesaria, pero no suficiente para la democracia— y que en Colombia los políticos tienen una deuda pendiente muy grande con la igualdad social y con el saber.

Incluso en un país tan conservador como los Estados Unidos, los movimientos sociales, el pueblo y la burguesía pensante tienen de vez en cuando la oportunidad de acceder al gobierno, como ocurre ahora con la llegada de Obama al poder. En Colombia, en cambio, tenemos un régimen político degradado, con elecciones ininterrumpidas, pero a espaldas del pueblo y de los más preparados.

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