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| EFE

Una aproximación anfibia a la solidaridad en el campo de los derechos humanos

Para quienes trabajamos por la defensa de los derechos humanos, las preguntas relacionadas con la solidaridad son, a la vez, inquietudes teóricas y preocupaciones prácticas constantes.

Por: Isabel de Brigardjunio 25, 2024

Para quienes trabajamos por la defensa de los derechos humanos, las preguntas relacionadas con la solidaridad son, a la vez, inquietudes teóricas y preocupaciones prácticas constantes. Está en la naturaleza de nuestro trabajo preguntarnos qué significa establecer lazos de solidaridad con personas o comunidades diversas y —a veces— distantes, qué exigencias nos impone la solidaridad, y qué límites puede tener en contextos de crisis complejas en las que se enfrentan intereses distintos. También está en la naturaleza de nuestro trabajo buscar, construir y promover prácticas solidarias concretas, es decir, esforzarnos por que la solidaridad no sea sólo una declaración de intenciones, sino que dé lugar a acciones reales que contribuyan al fortalecimiento de una sociedad civil robusta y plural, capaz de hacerle frente a los enormes desafíos actuales.

En Dejusticia, nuestros espacios de formación y construcción colectiva de conocimiento son  herramientas fundamentales para enriquecer nuestra comprensión de la solidaridad y acercarla a la práctica. Así, la Escuela D, una escuela práctica de derechos humanos en la que diseñamos programas de formación, espacios de co-creación y talleres, es una de nuestras apuestas por usar un enfoque anfibio —entre la investigación y la acción— para conectar personas, ideas y experiencias y ampliar los recursos con los que cuentan defensores y defensoras de derechos humanos para hacer su labor.

En estos espacios el conocimiento y la experiencia de quienes participan se ponen al servicio de otros y otras, para asegurar que los pasos que cada quien consigue dar contribuyan al avance del movimiento en su conjunto. Esto también porque partimos de que una comprensión amplia y plural del conocimiento, en la que la participación de actores diversos y con trayectorias muy variadas —académicos y académicas, servidoras y servidores públicos, activistas, líderes y lideresas sociales, entre otros— es la mejor manera de construir soluciones a la medida de las necesidades de cada comunidad. Así, trabajar de manera colaborativa, con aproximaciones y metodologías innovadoras, nos permite unir fuerzas para hacer diagnósticos más acertados de los desafíos que nos rodean y diseñar soluciones más efectivas a problemas que sería imposible resolver individualmente desde nuestras organizaciones. 

Este número de El sur global está dedicado a proyectos que tienen en el centro la solidaridad con y al interior del movimiento de derechos humanos y en los que los espacios de formación han sido un vehículo clave para materializar esos esfuerzos. En la primera entrada, Christy Crouse e Isabel de Brigard nos cuentan cómo la pregunta por la solidaridad con defensoras y defensores de derechos humanos influyó en el diseño del programa de becas para activistas y defensores del Sur Global que Dejusticia desarrolla actualmente. En la segunda, el equipo de la Escuela D presenta los programas Enlaza, una estrategia innovadora con la que buscamos fortalecer a organizaciones de derechos humanos que se enfrentan a retos importantes de coordinación y colaboración como la protección de la Amazonía.

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