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Víctimas Invisibles
Por: Mauricio García Villegas | enero 22, 2007
Sentimos mayor compasión por quienes sufren, cuando los vemos sufrir. «Ojos que no ven corazón que no siente», dicen por ahí, y es verdad. Nuestros sentimientos de piedad los repartimos según el dudoso criterio de la proximidad con la que nos llega el dolor ajeno. Leemos los horrores de la guerra en Irak con una indiferencia pasmosa, pero se nos salen las lágrimas cuando vemos Las tortugas también vuelan, una película que cuenta la vida de un puñado de niños kurdos en medio de esa guerra.
Algo parecido nos pasa con los más de 3.000 secuestrados que hay en Colombia. Nadie los ve ni oye. Todos sabemos que viven un drama terrible. Pero el país sólo se conmueve de veras cuando uno de ellos obtiene la libertad y cuenta, como lo hizo recientemente Fernando Araújo, sus desdichas pasadas.
Pero no solo no vemos a las víctimas del secuestro. Tampoco vemos a sus victimarios y por eso, de la misma manera como dejamos de compadecernos de los primeros, dejamos de indignarnos contra los segundos.
El hecho de no estar viendo el dolor de los secuestrados ni la cara de sus captores, nos hace percibir este drama como una fatalidad más de la guerra que vive Colombia, y no como lo que es: un crimen horrendo.
Para los familiares de los secuestrados, en cambio, el inmenso dolor que sienten proviene justamente de no ver el sufrimiento de sus seres queridos.
La guerrilla se vale de la disparidad enorme que hay entre, por un lado, el dolor inmenso de los familiares y, por el otro, la indolencia y falta de indignación relativas de la sociedad. Su arte consiste en manipular esos sentimientos.
Qué pasaría, me pregunto yo, si por alguna razón extraña recibiéramos imágenes diarias de la vida de los secuestrados y pudiéramos entrevistar a los plagiarios y pedirles razones, como lo hacemos con el Estado. Estoy seguro de que no pasaría mucho tiempo antes de que la sociedad, al unísono, empezara a rebelarse de plano contra la guerrilla.
Los colombianos debemos reconducir nuestros sentimientos frente al secuestro de tal manera que la compasión y la indignación -cada una de ellas alimentando a la otra- nos lleven a una movilización nacional contra los secuestradores. El día que eso se logre, la manipulación de nuestros sentimientos será más difícil y el secuestro dejará de prosperar de manera tan fácil.
Por eso, estoy de acuerdo con Jorge Orlando Melo cuando sostiene que, en la negociación con la guerrilla, «la protección de la población civil debe primar sobre la tentación de Gobierno o guerrilla de usarla para lograr ventajas militares.» Y también comparto su propuesta de acuerdo. Según Melo, la negociación debería contener los dos puntos siguientes: 1) La guerrilla declara que no realizará más secuestros ni ejecuciones fuera de combate contra civiles, y libera, incondicionalmente, a todos los secuestrados civiles que tenga y 2) el Gobierno acepta intercambiar periódicamente guerrilleros presos por soldados y policías, con excepción de los acusados de crímenes de lesa humanidad.
Me parece que la aceptación de estos dos puntos podría ser el principio de un gran acuerdo nacional sobre lo inadmisible. Algo parecido a lo que sucedió en Alemania después de la Segunda Guerra, cuando todos se unieron para rechazar los actos atroces.
Un acuerdo semejante permitiría excluir los actos bestiales del debate político, lo cual nos pondría más cerca del fin de la barbarie. Sería, además, algo así como el superávit político necesario para compensar el déficit de piedad que tenemos con las víctimas que no vemos