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WikiLeaks: ¿el lugar sin límites?
Por: Vivian Newman Pont | diciembre 8, 2010
La larga y muy interesante entrada de Lucas Ospina, el bloggero vecino, así como los miles de artículos escritos sobre el tema, me obligan a confesar mi contradicción interna respecto de la condición de héroe o ladrón del cerebro de WikiLeaks, en particular respecto de los medios y los límites a la publicación de datos por parte de este australiano y su equipo (1). Para hacerlo, se me ocurre acudir a un comentario que recientemente hizo un amigo, sobre las equivalencias entre el caso de Julian Assange y el mito de Prometeo.
En la versión corta, Prometeo es un titán que le roba el fuego a los dioses y lo reparte entre los seres humanos, con lo que les brinda luz, calor y en general, les cambia la vida. El cerebro de WikiLeaks, en efecto, se ha “atrevido” a entrar al corazón de los que mandan, para compartirlo con los mortales y hacernos ver, lo que antes estaba a oscuras o por lo menos carecía de evidencias claras.
El nombre Prometeo, significa pre-vidente o que se anticipa a los hechos, lo que precisamente describe la labor de WikiLeaks. Para llevar toda la información a la opinión pública, Assange utiliza la vieja estrategia de los “whistleblowers” pero magnificada: un ejército de 800 voluntarios que investiga, se adelanta y suena la alarma que anuncia lo que otros quieren que se mantenga secreto. A estos “silbadores” los gobiernos no los quiere, la sociedad les debe mucho y el derecho los protege o los debería proteger.
Hasta aquí, los mortales no sentimos sino simpatía por este semi-dios valiente y engreído y agradecemos su afán de mostrar la forma como realmente funciona el mundo. Admiramos igualmente la democratización del intercambio de información que promueve este cerebro de WikiLeaks, denotando la importancia de trascender la hipocresía de la democracia y volver pública la realidad que nos rodea. Por ejemplo, apreciamos que los periodistas y la sociedad podamos acceder a miles de documentos clasificados sobre la muerte de otras miles de víctimas en Afganistán, que se informe sobre la corrupción en Kenya o que en general se revelen detalles de la política exterior de EEUU y de su participación en conflictos bélicos o diplomáticos.
Pero, por otra parte nuestra simpatía, o por lo menos la mía, se cuestiona: ¿No ha tenido que ser ladrón Prometeo para que accedamos al fuego? ¿Cómo ejerce su tarea de héroe? ¿No es un poco ingenuo pensar que se vale contar y silbar todo, sin tener en cuenta los efectos colaterales de revelar información que está en proceso, en debate o que afecta la vida y derechos de terceros? Me pregunto si ¿no existe acaso cierta información que por seguridad o defensa nacional, o por no ser aún definitiva, no debe aún divulgarse?
Y no pienso en los principios comunes que limitan a toda la prensa responsable como la veracidad, la imparcialidad o el derecho a la intimidad. Estos se sobreentienden. Me refiero a que la libertad informativa de la que son abanderados estos activistas no puede ser absoluta. Ahora sabemos que Arabia Saudita ejerce presión sobre EE.UU. para que le corte la cabeza a la serpiente iraní y quizás este conocimiento haga más fácil prevenir que esto termine en otro Irak. Pero si, por ejemplo, la información que entregó WikiLeaks y que filtrará en unos días El País se relacionara con la Operación Jaque y se hubiera revelado antes de su ejecución plena, ¿se hubiera podido asegurar entonces el éxito de dicha operación?
¿Cuáles son entonces los límites a la estrategia de WikiLeaks? ¿Se están pasando de la raya?
Yo propongo que el ejercicio del heroismo de nuestro Prometeo no sea absoluto. Sugiero que la máxima transparencia que pregona Assange se auto-someta a estándares internacionales tales como el principio de que el acceso a la información es la regla y el secreto es la excepción. Con dicha regla en mente, se impondría, a quien debe entregar información pública, la obligación de sopesar y valorar si el interés público de conocer lo que pasa es más importante que las afectaciones que puedan causarse a otros intereses privados, como la intimidad o a otros intereses públicos, como la seguridad nacional. Adicionalmente, quien entrega la información debería valorar si se causaría un daño real y superior con la entrega de la información. ¿No sería acaso deseable que estos periodistas cibernéticos, además de confirmar sus fuentes, tuvieran en cuenta razonadamente estas reglas?
En castigo por el robo del fuego, Zeus le envió a Prometeo a la mujer, personificada en Pandora. Pero Prometeo no cayó en la trampa de Pandora y Zeus tuvo que encadenarlo en una roca del Cáucaso para que los buitres se comieran sus entrañas, y aplicar así un verdadero castigo. Hoy, Assange se entrega a la justicia como resultado de las denuncias de dos suecas. Puede que se trate de ataques del feminismo radical sueco y que Assange se libere de la trampa como lo hizo Prometeo, o puede que realmente él mismo se haya tejido la telaraña y ya esté cayendo en el castigo divino. Lo cierto es que ser héroe no es tarea fácil y con la posición que adopte nuestro Prometeo sobre los límites a la máxima transparencia, se definirá el futuro del periodismo digital y la forma como se ampliará o restringirá la libertad de prensa y el libre acceso a la información de mañana, es decir, la forma como brillará el fuego entre los mortales.
(1) Otros escritos sobre WikiLeaks y acceso a la información por Dejusticia incluyen cuatro columnas en El Espectador y en Semana.com que se pueden encontrar en los siguientes enlaces:
Wikileaks y el Orden Internacional
Wikileaks en la Corte Constitucional
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